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Cuando aparecieron los primeros ordenadores a nuestro alcance capaces de guardar los textos, formatearlos, aplicar correctores ortográficos y contar palabras consideré que eran mis aliados. Para un escritor o periodista era la caja fuerte donde podíamos alojar el trabajo de toda una vida. Luego vinieron ... las redes sociales. La puñetera visibilidad, el ego inevitable, la soledad encontraron su cauce en las distintas aplicaciones creadas por la empresa de Mark Zuckerberg, al que su crisis reputacional ha puesto contra las cuerdas.
El escándalo de Cambridge Analytica, la información que proporcionó una extrabajadora sobre las tóxicas prácticas y los tribunales norteamericanos que le replantearon la ética de sus plataformas han hecho que nos sorprenda con una nueva mirada a ese mundo al que nos hemos deslizado sin ser conscientes de que íbamos hacia la propiedad del magnate. La magia de ese espejo virtual donde ser quienes no somos quedó al descubierto le obligó a reconvertirlo. «La próxima plataforma será aún más envolvente: una Internet personal en la que el usuario está dentro de la experiencia, no solo mirándola como espectador. Lo llamamos metaverso y afectará a todos los productos que construyamos», ha declarado Zuckerberg.
Por supuesto, el metaverso necesitará dispositivos especiales para conectarse y las pantallas pasarán a ser pasado. Teniendo en cuenta que tiene los datos de la mitad de la población mundial, unos 3.000 millones de usuarios, el creador de Facebook tendrá incontables beneficios. No quiero imaginar lo que será de nuestra vida virtual si añadimos el don de la ubicuidad.
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