Cuando el viento favorable vira hacia lo imprevisto, solemos decir aquello de «que me quiten lo bailao»; pero envejecer sin los tuyos, sin tus cosas, sin esas esquinas de las calles por las que un día caminamos, no es lo que soñamos. La verdad es ... que imagino al emérito sin poderse desprender de la perplejidad de su destino en esa villa lujosa y artificial de Abu Dabi, mirando el horizonte, esperando que se produzca el milagro y ayudado por la tecnología para disipar la nostalgia. El rey, al menos él, siempre fue una isla intocable que ningún director de periódico se atrevía a conquistar. La democracia era como esas olas casi extintas que nos mojan los pies en la orilla, pero la marea fue creciendo y, a fuerza de contemplar el saqueo de los poderosos, la ley empezó a imponerse, a igualar los raseros hasta que lo alcanzó a él, si bien las mujeres fueron los codiciados hogares y su perdición.

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Nos habla de su situación, de sus pecados, de sus conquistas y de la bella Corina otra mujer, su biógrafa, Laurence Debray, en un libro que pronto aparecerá en Francia titulado 'Mon roy dechu' ('Mi rey depuesto'). En el avance editorial publicado en la revista 'Paris Match', expresa la ruptura con su hijo, que eligió la institución antes que el corazón. «Felipe VI se emplea en reparar el legado de Juan Carlos haciendo de la Corona una institución inatacable y regulada», continúa Laurence Debray.

Al parecer su primer destino era Portugal, pero quería que se fuera más lejos. La lejanía no es la solución; el emérito es una chincheta en el zapato del Estado porque está encajonado entre la decepción y la compasión.

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