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Los artistas, tan insignificantes y tan grandes, en el año de la pandemia mendigan por las calles vacías de una Europa que no ha dejado de prometerles un trocito de poder que no llega. Los políticos de este siglo se reservan el 3% de su ... hipotética humildad para hablar de ellos con un respetuoso e inútil reconocimiento y no le hincan el diente a la ley de mecenazgo por su complejidad. Ellos, mejor que nadie, saben que los creadores no tienen secretarios, asesores, chóferes o prioridad para hacer su trabajo. Están solos. Completamente solos aun cuando triunfan.
En los telediarios asistimos al interior de La Moncloa, al sancta sanctorum de las decisiones en un salón que es remodelado con casi cada Gobierno. Estilo imperial para Felipe González, en azules y tapicerías a la moda con Aznar, grises y metales con Zapatero, que fue quien hizo la profunda reforma, cambio de tapicerías con Rajoy, y finalmente Sánchez, que guardó el impoluto minimalismo, pero se dedicó al impacto visual: La Moncloa es casi la sala de un museo de pintura contemporánea. En los Consejos de Ministros actuales se ofrece una imagen ejemplo para la ciudadanía; distancia, mesa interminable, decoración en blanco pureza, mascarillas, y al fondo, a la espalda de Pedro Sánchez, un cuadro magnifico que reconocí en cuanto lo vi. 'L'atelier des esculptures', pintado por Miquel Barceló en París en el año 1993.
Ignoro si ha sido el equipo de decoración presidencial quien rescató esta preciosa obra del Museo Reina Sofia, pero no me cabe la menor duda de que el trascendente efecto tuvo que ser aprobado por él. El cuadro les sienta bien a los ministros, incluyendo a los que pregonaban la exaltación del derecho cultural de los ciudadanos, pero al pintor no le ha gustado que la intimidad de su taller en París esté donde está. En una reciente entrevista al diario 'El País' se pronunció diciendo: «Estoy muy enfadado. Yo no tengo televisor, pero mis amigos no dejan de enviarme fotos. No es su lugar adecuado. Me gustaría que estuviera en el museo (Reina Sofía). Mi cuadro no está hecho para estar de fondo de un señor que le da la espalda ni para pasarlo por la tele. Está hecho para vivirlo, para estar ante él, mirándolo. Es casi un trozo de pared, como en Altamira, con relieves, salientes y abultamientos, no es digitalizable. Visto así se transforma en un decorado». En mi humilde opinión, los múltiples y generosamente bien pagados asesores quisieron que a través del mensaje subliminal los españoles viéramos a un Gobierno sensible a la creación artística, pero el pintor y yo misma vemos algo bien distinto.
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