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Recuerdo hace años a doña Letizia, entonces Princesa de Asturias, llevando en Mallorca una falda muy corta y diciendo: «Si no me la pongo ahora, no sé cuándo me la voy a poner». Pues a punto de los 50, faltaría más. No digo yo que ... no hablemos de ello. Del vestido del otro día y de los shorts del miércoles en el paseo por Palma. Una especie de prueba de vida (prueba de que no se habían ido de viaje por ahí; pero tendrían que enseñarse todos los días). Hablamos de la ropa de la Reina, pero también de la del Rey, de la de la Princesa y la Infanta. Por un día estoy de acuerdo con el Papa cuando dice que «querer la eterna juventud es delirante». Claro que querer la vida eterna no es menos delirante. ¿Pero qué problema hay en que la Reina enseñe las piernas bronceadas en verano? Y en un lugar de veraneo. No es eso tan feo que dicen los ingleses de «mutton dressed as lamb». Ojalá los problemas de la familia fueran una espada y una minifalda.
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