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El otro día, en una reunión del despacho, vimos un vídeo de Nadal. Ese chico, ya saben. El de la raqueta. Que de liderar sabe una o dos cosas. Hablaba de la gran diferencia que los deportistas individuales tienen con otros profesionales del deporte. Un ... futbolista es contratado por un equipo, que le pone al entrenador, a los técnicos, a los masajistas. Es un empleado.
Él, por el contrario, tiene que contratar a su entrenador, a su equipo técnico, a todos. Él les paga. Él es su jefe. Con lo que se da la urdimbre maquiavélica de que quien tiene que corregir, mandar y echar la bronca es, en este caso, el empleado a su jefe. Y si este último, como deportista de élite, no se atiene a ese sometimiento, cegado por la iridiscencia de su propia estrella… nunca podrá tener a nadie que lo ayude a mejorar.
Es fantástico y paradójico: ser el jefe de alguien a quien has de someterte. Para eso se ha de tener la humildad de escuchar, de comprender. En definitiva, uno ha de debatirse entre la humildad o el amor propio, para elegir si quiere ser mejor o si tan solo quiere ser 'el jefe'.
Supongo que es algo sobre lo que pensar. Es curioso cómo el cargo (que da autoridad pasajera, pero no 'autoritas') se puede subir a la cabeza tan fácilmente. Uno puede pensar que este mensaje debería ser aplicable a esos jefes de multinacionales, pero también he visto mucho trato peyorativo entre el reponedor jefe y su compañero en prácticas. Vamos, que esto nos aplica a todos. La paradoja de que para aprender hay que someterse. De que para ser mejor jefe hay que ser poco jefe. De que para ser el primero, probablemente, has de ser el último.
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