Cantaba Gardel que es un soplo la vida, que veinte años no es nada y que errante en la sombra te busca y te nombra. Veinte años es la condena que la corte francesa ha impuesto a Dominique Pelicot por ofrecer a su esposa a ... sus violadores narcotizada y lista para la humillación. Francamente, no se puede estar más de acuerdo con el tango; veinte años no es nada para lo que hizo este sinvergüenza. Y, sin embargo, son estos individuos los que nos ayudan, como dijo su exesposa, a cambiar la vergüenza de lado. Las condenas al casi medio centenar de hombres a los que les sedujo la idea de violar a una mujer sedada oscilan entre los tres y los quince años. La prensa francesa ha expuesto sus rostros, los pueblos donde viven y los nombres y apellidos de estos prendas, algo es algo, y su vergüenza es un consuelo.
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En estos días, el vocabulario de los investigados por corrupción y trapicheos varios está salpicado por cutres denominaciones de «señoritas», «pisos para amantes» y rastros de la vieja holganza de las braguetas con poder que se reúnen en marisquerías. Solo por eso, ya merecen una condena, porque por lo otro no sé yo si llegaremos a tierra firme. Somos demasiado pacientes con estos machos que, aunque pasen los años, siguen negándose a civilizarse y respetar a la mujer. Y aquí incluyo a los gobiernos que hace más de veinte años que no se atreven a legislar con certeza sobre la prostitución y sus tentáculos. Hace veinte años yo no habría podido describir, o adjetivar, a estos primates sin que me llamaran al orden o me censurara yo misma, afortunadamente el tiempo hace su trabajo y podemos decir en voz alta que la vergüenza tiene que cambiar de lado.
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