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Para entretener mi curiosidad por saber quién será el próximo lehendakari, leo, espantada, una entrevista realizada a la primera ministra de Estonia. Miro su foto. Una mujer de poco tamaño, sonriente, con aspecto de azafata de congresos, que parece incapaz de pronunciar una palabra más alta que otra. Se llama Kaja Kallas y se ha convertido en el azote de su país vecino. «La duda es cuándo comenzará la próxima guerra y qué hacemos mientras, si nos preparamos para ayudar a disuadir a Rusia o si cerramos los ojos y fingimos que no pasa nada». Y sin embargo no es una mujer beligerante. Sus palabras vienen de la consciencia de saber lo que significa mostrarse débil frente a un hombre como Putin.
Azuzada por sus declaraciones, me voy al mapa. Soy de las que no acertaría a colocar el lugar exacto que ocupan algunos países a los que les azota el mismo viento que a los rusos. Recito los tres países bálticos que conozco: Estonia, Letonia y Lituania. Trece años después de disolverse la Unión Soviética entraron en la Unión Europea, pero siguen sufriendo las ventosidades de Rusia. Todos coinciden en que hace ya tiempo que padecen los efectos de lo que llaman la guerra híbrida; espionaje, campañas de desinformación, movimientos para desestabilizar Europa a pocas semanas de unas elecciones al Parlamento Europeo decisivas y de vital importancia. La desconfianza de que diputados de varios países europeos hayan caído en las redes, sociales y económicas que dirige Putin están sobre la mesa. Él sabe que tratar con políticos es pescar en un río revuelto. Con estos mimbres no sé si quedará alguien que confíe en dirigente alguno.
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