La Estación del Norte de París, detuvo esta semana su frenética actividad, debido a que, durante unos trabajos en las vías, apareció una enorme bomba ... procedente de la Segunda Guerra Mundial. La noticia habría pasado sin pena ni gloria si no sobrevolara nuestras cabezas la posibilidad de un conflicto internacional. Europa, tras varias contiendas demoledoras, dejó de pensar en las armas y comenzó su política de bienestar y olvido; una etapa dorada que nos hacía mirar el horizonte como si las guerras solo pudieran desarrollarse en otros continentes culturalmente menos avanzados. Nosotros habíamos descubierto la lección y la convivencia. La OTAN nos protegía por un módico precio y Estados Unidos con su principal activo armamentístico era nuestra garantía. Pero Trump ha dado la vuelta al calcetín.

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Ahora se impone el rearme, el ejército desfilando por los institutos para cantar las glorias de la protección armada. Reconozcamos que este sapo gordo que debemos tragar no hay modo de cocinarlo. Nos rearmaremos, y por la paz un Ave María, pero deberíamos reconocer que no hemos escuchado a los pensadores, filósofos, psiquiatras, sociólogos. No hemos leído a los escritores que dejaban personajes expuestos a las heridas del abandono, es más, los hemos dejado morir de hambre. Dimos la espalda al pensamiento, a la cultura, sometiéndola a ser unas gotas de agua dulce en el mar y caminamos adelante, ebrios de moralidad. Trump es un espécimen peligroso al que le ha resultado fácil engordar su omnipotencia. Somos rehenes del miedo y no tenemos armas para luchar con los gigantes matones. Ni de fuego, ni de ideas. Estamos vacíos.

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