Me gusta la expresión «tapar las vergüenzas», tan usada por las generaciones de nuestras madres y abuelas. Cuando escribo me reconforta encontrar el hueco para su utilización. Las palabras, los dichos y los hechos ablandan este periodismo entre líneas que practico con ganas. Los estudiantes ... americanos y europeos organizan ocupaciones y manifestaciones en las universidades de sus países para que los gobiernos no sigan tapando las vergüenzas a Israel. De toda la vida de Dios, los jóvenes han podido ejercer el alboroto, empujar a las revoluciones y despertar esa siesta que duermen los estados democráticos cuando de exterminio se trata. Y de eso se trata. A veces miro la pantalla de televisión, me fijo en los carros de guerra avanzando por una tierra destruida y no veo el fuego enemigo. Lo que se ve es una carnicería de civiles desorientados cuyas precarias casas han estallado por los aires y una banda de desarrapados busca sus muertos entre los escombros, y pienso en que nadie va a impedirlo.

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Me gusta que los jóvenes se manifiesten, pero en esta ocasión no creo que puedan forzar un Mayo del 68, aún menos que consigan un alto el fuego, que abran las carreteras para que llegue la ayuda aunque ya sea demasiado tarde. Las octavillas que tiran los aviones justo antes de lanzar bombas aconsejan a la población que huyan ¿A dónde? Netanyahu se comporta como un matón decidido a exterminar a los palestinos y ni tan siquiera le asustan las presiones de su amigo americano. Va a por todas y por eso los acorrala. Si pudieran huir, quizás tampoco encontrarían una tierra donde asentarse y, con ello, los deseos del exterminador se verían cumplidos; sin tierra no hay país.

Yo, francamente, no sé cómo taparemos esta vergüenza que viene tan desnuda y descarnada. El Viejo Continente no mueve ficha a pesar de su pasado. Muy pocos se levantaron en el siglo pasado para salvar a los judíos de su exterminio, la bota de Hitler los aplastaba y además no había retransmisión desde las cámaras de gas. Ahora la vergüenza que Europa arrastra se repite a la inversa y televisada; Israel, solo o acompañado, llegará a donde no tenemos idea.

Y, de vuelta al paraíso, leo con pasmo que el Estado judío envió a su jefe de Seguridad Interior a Malmoe, esa ciudad que recuerda a los productos de Ikea y donde se celebra la final de Eurovisión. No creo que nuestra aportación, con la canción 'Zorra' que interpretará 'Nebulossa' sea una expresión de protesta. Israel tiene a su Hurricane, que probablemente se acompañe de pitos y silbidos; solo eso: música para amansar a las fieras mansas.

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