Aun conocido le ha tocado, en las últimas semanas, bailar con algunos memos que ostentan un cargo de confianza o han medrado en el lodazal del funcionariado, son esos que creen estar ungidos por los dioses para administrar el destino de los demás. Tragando saliva ... y a través de amigos, contactos y otras liendres de la cabellera administrativa, averiguó quién estaba en el cargo con el que debía hablar y pidió unos minutos de su comprometida agenda.

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Me contaba que para llegar a él había tenido que aguantar a una secretaria que durante semanas le advirtió de que el maromo estaba reunido, muy ocupado o de viaje. Mi amigo no ha tenido otro remedio que ser tan tenaz en su petición como el otro en su rechazo. Me contó que cambió de teléfono para que no pudieran identificarle, que le dejó mensajes a través de otros y en la recepción de su trabajo; resumiendo, me confesó con apuro que se había comportado como un acosador, un trastornado y un pelma. El asunto era para él de gran importancia, una suerte de reparación en la que le iba la vida. Por fin, un día la secretaria le concedió cinco minutos con el gran jefe. En menos que canta un gallo, el asunto estuvo resuelto.

Desconozco de qué está hecho el empoderamiento mezquino de algunas personas que ocupan el escalafón más alto de la Administración, no tengo idea de cómo alcanzan la altanería que exhiben ni cómo se les permite vivir de la sopa boba sin alguna manera de fiscalizar su función. A los tontos, tan abundantes en los tiempos que corren, habría que ponerles nombre y apellido, darlos a conocer, para que los ciudadanos supiéramos el peligro que corremos, pero esta vida se ha puesto 'supuestamente' difícil. Me gustaría aliviar esta amarga certeza pensando que existe el karma, la reencarnación o el mismísimo infierno para ellos, pero mi fe solo alcanza para recorrer esta vida y, por mucho que desee que estos elementos se reencarnen en percebes gallegos para que se los coman, tendré que seguir pensando que el poder tan solo se ejerce para el propio beneficio.

Algo parecido a lo que cuento debe de sentir la madre de esa niña, casi un bebé, que acudió al colegio de su hija para avisar de que había un profesor de Primaria sobre el que recaían sospechas de un comportamiento abusador. Sin respuesta, pasaron meses -en este caso, un tiempo precioso- antes de que otras niñas mostraran una infelicidad impropia de la infancia del Primer Mundo.

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A veces la mala leche te abre camino en la jungla como si llevaras un machete, aunque sería deseable que el sistema funcionara y evitar enfermar por impotencia.

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