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El tiempo se me echa encima y no encuentro paz para sentarme a escribir mi columna. Siento la responsabilidad de saber que hay muchos lectores que se detienen en lo que escribo y que esta verá la luz el penúltimo día del año. La presión ... que tengo es una solemne estupidez, pero no dejo de pensar que les dije que íbamos camino de la extinción, que les he contado cosas sobre los ovnis, los peinados de los líderes. Les he hablado de droguerías, de mi jardinero y hasta de la entrepierna de Rubiales. Hoy voy a contarles una historia preciosa.
Un día de verano de 2011, una antropóloga francesa recibió una postal de un amigo que pasaba una semana 'robada' en Escocia. El término le hizo reflexionar y le escribió una larga carta, en la que le enviaba una lista sobre lo interesante que era vivir, aunque no hubiera que robar días a las vacaciones. Le escribió que era muy placentero dormir en sábanas limpias, llorar en el cine, sonreír a quien no se lo espera, saborear un trozo de chocolate, esperar a alguien que deseas, mirar el regalo de colores de un atardecer. También que no cambiaba la magia que había en un timbre de voz y que era fantástico quedarse en la penumbra mirando las musarañas, meter la nariz en el cuello de un bebé, tomarte una copa de vino con un amigo, escuchar música, hacer mayonesa y que no se corte, recuperar recuerdos olvidados, no dejarse enredar por un idiota, ir a hacer pis a los baños del Ritz y que no te eche el alto el de la gorra de plato.
Estaba muy bien ir de compras con una amiga aunque no compres nada, arreglarle una prenda a tu hija, dormir en cucharita, el masaje que te da la peluquera después de lavarte el pelo, lanzar insultos a la tele durante el discurso de un político que te defrauda. No madrugar, leer una novela que te abra los poros del alma, apreciar la seda, mirar desde el balcón, esconderte, dar una voltereta en la hierba, caminar por la playa en invierno, vaciar los armarios, acariciar la piel de quien amas, las trompetas de la Semana Santa, que un amigo encuentre al amor de su vida, caminar por el barrio del Trastévere, comer un helado, mojar el bollo en el café, las tormentas.
Es maravilloso poder contar a alguien que no eres feliz, escuchar el sonido de las llaves en la puerta cuando sabes que llega tu hijo, que te llenen de besos, que se te cure la pupa, tener secretos, imaginar. Darte un baño perfumado hasta que el agua se enfríe, sacarte una piedra del zapato y escribir esta columna deseando a mis lectores que busquen la felicidad en los pliegues de esta jodida pero única vida.
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