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Va ser que no, que los Reyes no venían del Próximo Oriente, sino de alguna fábula infantil que se aleja por momentos. Una impiedad sin nombre tiñe la tierra de los disputados dioses y la impotencia ampara la desvergüenza de los líderes que diplomáticamente echan ... los ruegos al aire sabiendo que el poder es sordo. Los demás, pobres parias intocables, abrazamos a la altura del pecho nuestro voto cada cuatro años y buscamos el olvido del traqueteo impúdico y desigual de la maquinaria de guerra. Lo hacemos sumergidos en la cotidianeidad de este septiembre que no sé por qué escribe sus letras en negro; retomamos las clases, los cursos, nos apuntamos al gimnasio y llevamos a los pequeños a la parada del autobús prometiéndoles esa educación que los hará libres. Y, de vuelta a casa, veo al joven emérito retozando con la vedete en una publicación holandesa; ya tenemos tema para semanas, quizás meses de tertulias donde moral e hipocresía se mezclen con la entrevista póstuma del célebre 'Cachuli'.
Voy a por el pan pensando que no será la tragedia de palestinos y libaneses lo que ocupe el pensamiento de mis lectores y que quizás debiera dedicarme a aquello de 'la jodienda no tiene enmienda' y a la audiencia millonaria que tuvo la citada entrevista televisiva en la noche del miércoles pasado. Amueblar nuestras cabezas con una Pantoja enamorada de un corrupto resulta más fértil que contabilizar los próximos residentes de campos de refugiados. Pero ¿qué podemos hacer?, nos repetimos implorantes. Naturalmente, si yo tuviera algún recurso mágico para remediar la impunidad de los poderosos lo traería aquí, a esta columna que me permite reflexionar sobre lo que nos sucede en la piel y el alma; pero la solidaridad global es una utopía que, además, esta perfectamente dirigida hacia ninguna parte.
Y para no ponerme a llorar y provocar un cortocircuito electrónico, me pongo a pensar en el Premio Nobel de la Paz de 2014, Kailash Satyarthi, uno de los responsables de la ley que prohíbe el trabajo infantil. De vez en cuando me voy a YouTube y me pongo uno de los documentales de este hombre que prácticamente solo destapó las vergüenzas de su país, India, con las de cincuenta millones de niños trabajadores. Enseñen a sus hijos, a sus nietos, la manera que tuvo de gritar que la inocencia, libertad y futuro de esos niños estaban siendo robados denegándoles su derecho al juego y la educación.
Veinte años después, los niños que sobrevivan en el Oriente Próximo estarán dañados eternamente por el pueblo elegido de Dios.
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