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Lo vengo advirtiendo desde hace años; la cuestión capilar tiene una influencia directa en los líderes populistas, ultraliberales, de extrema derecha, izquierda o como quieran llamarlos. La lista empieza a ser lo suficientemente nutrida como para que algún estudioso se acoja a un presupuesto universitario ... y publique uno de esos estudios estadísticos que reproducen los medios de comunicación. Trump, Kim Jong-un, Rain Epler, Boris Johnson, Milei y ahora Geert Wilders. Todos ellos llevan algo parecido a un desorden interno que se manifiesta en un desastre capilar del que parecen orgullosos.
Es verdad que se sabe poco del cerebro, a pesar de que la tecnología comienza a revelarnos los síntomas de sus secretos. Pero lo que sí se sabe es que el pelo preocupa a los hombres desde tiempos inmemoriales y el peinado ha servido para diferenciarse de los demás y ser recordados con excepcional nitidez. El tupé de Elvis, la revolución de Einstein o los flequillos de los Beatles. Silvio Berlusconi acabó con una cabeza parecida a la de las muñecas de Famosa con tinte similar al de un mercader turco en busca de esposa. Nuestro insigne Pablo Iglesias revolucionó el Congreso con su poderosa coleta y cuando lo abandonó, contra todo pronóstico, se la cortó en una metáfora de renuncia casi taurina que aún no se ha interpretado. Puigdemont, con su corte de pelo colegial, podría entrar en la lista que relaciona ego y pelo. Lo lleva demasiado largo y cuando le molesta da unos soplidos que separan la frontera de su horizonte para que pueda leer el suculento contrato de compraventa de votos. A veces uno cree que solo puede salvarse por los pelos.
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