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Muchos sabemos que a la actualidad, como a la masa de croquetas, hay que dejarla reposar, pues al enfriarse la consistencia suele variar. Pero en este caso, el de la dimisión del ya exportavoz de Sumar Íñigo Errejón, no es necesario esperar. Los ríos de ... tinta, las opiniones, los supuestos testimonios y las supuestas razones de su dimisión han dejado a los que no vivimos en Madrid, no militamos en ningún partido, ni tenemos relación con el Gobierno inmersos en la perplejidad.
Al parecer todos los que se relacionaban con el diputado conocían su carácter y sus reacciones, todos menos los que veíamos en él una excelsa coherencia ideológica, además de a un chico aseado y discreto. Errejón apoyaba, con la certeza del clavo que ajusta el tacón de un zapatero remendón, un feminismo que llevaba a los hombres al cadalso. Ahora dicen que se sabía hace un año, hace seis meses, hace muchas semanas… Pero nadie levantó la voz antes de que el anonimato cubriera a las supuestas víctimas de razón. No tengo palabras; su comunicado es una ensalada lingüística con ingredientes de jerga política y aderezada con aceite de culpabilidad justificada e impotencia patriarcal que no hace sino convencernos de que ha llegado el tiempo de limpiar los adjetivos con los que se cargan las contiendas políticas. Yo de sus ilustrados compañeros ya me cansé de hablar. Mi abuela habría dicho con los brazos en jarras que no es oro todo lo que reluce, que el que la hace la paga o a lo hecho pecho, si bien no puede confortarnos contemplar la podredumbre que rodea a quienes se creen amparados por el poder.
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