El olor del barro, o ya del fango, ha llegado a las narices de todo el Estado español poniendo de manifiesto las perversiones de un protocolo que, probablemente, nació para solventar y no para enfrentar a esas Españas de las que ya habló el poeta. ... Sánchez, hijo apolíneo de la fortuna, lleva a cuestas un generador de luz que no le permite ver si la oscuridad le rodea, un trébol de cuatro hojas en la solapa y una flor en aquel sitio. Como si estuviera ungido por los dioses la lluvia cayó en aquellos lugares donde el líder había perdido pie y quizás por ello aplicó el protocolo para no medrar el poder obtenido por sus adversarios. A estos, la tormenta les pilló alargando la sobremesa de un almuerzo de trabajo y a nosotros nos dejó con el corazón en un puño y la desvergüenza ahogándonos las razones por las que había centenares de muertos.

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Los políticos se mantienen y suben peldaños gracias al olvido que poseemos los ciudadanos ocupados en vivir, pero algo me dice que no será fácil aplicar el bálsamo que reclaman con la boca pequeña. Que no es el momento, que todo llegará. Que no podemos meternos en dimisiones en medio del fangal… En mala hora mentó el presidente el barro y el fango. Ahora hay toneladas atascando alcantarillas y pintando el dantesco escenario de la tragedia.

Dice la RAE que el barro es la mezcla que resulta de juntar tierra y agua, el fango se forma con los sedimentos térreos en los lugares donde el agua está detenida o estancada. Y estancada está la conciencia de estos políticos que no saben que hay veces que no cabe el olvido.

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