
Hace justamente un año, hablábamos de Rubiales y de su famoso 'piquito'. También de su madre refugiada en la iglesia de la Divina Pastora de ... Motril reivindicando con una huelga de hambre la inocencia de su pequeño. Gracias al espectáculo vimos la parte de atrás de la Federación de Fútbol y aunque muchos, especialmente mujeres, no supiéramos nada de su presidente, observamos, gracias a la televisión, el tumbao chulesco que tenía al caminar, y el piquito de oro por el que se le escapaba su zalamería de Semana Santa.
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Un año después, en las tertulias, se comenta la carpeta de gestiones realizadas por el exministro de Transportes y ex número dos del PSOE, el señor Ábalos. En esa carpeta hay fotografías de unas protegidas señoritas que viajaban a cargo del contribuyente y ustedes ya saben, para qué vamos a seguir con los misterios gozosos del rosario que rezaba el exministro…
Confieso que la televisión hace de desengrasante en este duro oficio en el que escribo durante horas y contrasto informaciones. Me gusta dejar en reposo el cerebro para comprobar la sorpresa y el nulo recato de los protagonistas de algunos programas. Es la cara B de la cotidianidad, el lado oscuro de la sabiduría, o lo primario de esos seres convertidos en Adonis gracias a la cirugía. Debo de ser carne de cañón, porque la vida televisiva me proporciona una perplejidad tan poderosa que entro en relajación instantánea. Es una necedad pensar en la carrera armamentística cuando hay ciudadanos que se empoderan con la belleza plástica y su única neurona trabaja entre las piernas.
Desde antes del Imperio romano andamos quebrando reglas en aras del puterío y la seducción. Forma parte de nosotros y nuestras inconfesas fantasías. Pero esta semana creo haber alcanzado el cenit de la sorpresa. La historia de la televisión tiene un antes y un después, tras un programa llamado 'Código 10' que se emitió esta semana. Los que puedan, rebobinen. El espacio está especializado en crímenes patrios o fenómenos de ira incontenible y lo conducen dos elementos interesantes: el bueno y el malo. No sé cómo se inició el asunto, lo que puedo contarles es que había una señorita detrás de la historia. El invitado confesó que era ciego y, para demostrarlo y que no hubiera dudas de que quien había dicho que conducía un Porsche cometía una infamia, se sacó sus dos ojitos de cristal en directo y los puso sobre la palma de la mano para que todos vieran que no podía ver. A punto estuve de caerme de la cama, pero afortunadamente el cámara, o el realizador, no nos ofreció un primer plano de las prótesis y menos aún de las cuencas vacías. El ser humano es una selva inexplorada aún.
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