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El ejercicio se ha vuelto el elixir de la juventud, un elemento imprescindible para triunfar en este mundo donde el esfuerzo mental ha quedado definitivamente relegado. Desde los brazos musculados de la Reina, pasando por los bíceps del rey de las telenovelas hasta los abdominales ... quirúrgicos de Leticia Sabater, el escaparate del culto a la imagen está repleto de opciones. En las redes sociales atletas, yoguis y maduros de goma anuncian rutinas de ejercicio en silla, contra la pared, en el suelo, con un par de escaleras o sujetando paquetes de arroz. Los protagonistas nos venden su buen estado físico conseguido «sin esfuerzo» y ofreciendo tablas para convertirnos en vigoréxicos de pantalla por una módica cuota. El mismísimo Dior lleva a la pasarela una moda para gimnasio y las reinas del pop se pasean en chándal por el mundo.
Pero el verano es una estación cotilla y vecinal que termina desvelando la realidad. En la playa abundan las barrigas cerveceras, los michelines incómodos y la celulitis, pero como era de esperar pasan desapercibidos. Y es que la publicidad hace mucho ruido e insiste en que adquiramos productos milagro para la transmutación. Las saludables y obsesivas tendencias tapan el murmullo de la normalidad convirtiéndonos a tres cuartas partes del planeta en supuestos delincuentes pasivos. Todo el mundo sabe que hay que estirar las piernas, dejar el sofá, salir a dar un largo paseo, jugar un partido o hacer pilates un par de veces a la semana, pero de eso a la obsesión reinante va un trecho.
La libertad y el miedo nunca se han llevado bien y atemorizarnos sin razón alguna debe reportar algún beneficio que nunca es mental, alegre, reflexivo, enriquecedor. Estoy hasta la peineta, que va un poco más arriba del moño, de estos vientos atemorizantes, de esta pandemia de perfección, perdida de antemano. La gente normal ama la vida, se come un guiso y unta el pan en la salsa sin culpa; y mientras lo hace charla, se ríe o abraza a un amigo. Creo que ha llegado el momento de pedir a los super saludables y vigoréxicos que nos dejen en paz, que no den la vara y que sean perfectos como el dios Apolo, pero que no nos catequicen.
Hay en las ciudades bastantes más gimnasios que librerías. Lo cierto es que a veces una tiene ganas de recordarles que el cerebro también es un músculo y que si no se le entrena se empequeñece como una pasa; y, además, para tener un cuerpo perfecto hace falta mucho tiempo, dinero y pagar a un buen psiquiatra para que tu carrera en contra de la inmortalidad no te vuelva loco.
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