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Después de pasar por mi vida estudiantil sin entender absolutamente nada de matemáticas, empezó a difundirse la idea de que todo se halla bajo la influencia matemática. Nos contaron que cuando algo era 'matematizable' quería decir que lo podíamos describir mediante números, ecuaciones y fórmulas ... capaces de cuantificarlo. Si eso era posible, predecir su comportamiento era coser y cantar. Los que no tenemos en el cerebro la suficiente plasticidad para enfrentarnos a las ecuaciones de la vida aceptamos las máximas, envainamos la espada y proseguimos el camino silenciando nuestra ignorancia. Pero de pronto, ya peinando canas, te enredas con un artículo, que encuentras en una revista científica en la consulta del dentista, y todo cuadra.
Un físico llamado David Robert Grimes creó un modelo matemático que calcula la probabilidad de fallo de cualquier conspiración basándose en las personas que deberían guardar un secreto y durante cuánto tiempo. Traducido al lenguaje de andar por casa, es lo mismo que lo que dice el refrán 'por la boca muere el pez'. Pero este físico creó una ecuación para ver qué sucedía si alguien, deliberadamente, creaba una conspiración. El investigador se centró en el número máximo de personas que pueden involucrarse en una intriga para mantenerla. Para un complot que dure cinco años, el máximo son 2.521. Para guardar el secreto durante más de una década debe haber menos de 1.000 y en un engaño que dure un siglo no hay que superar los 125 colaboradores. Después de saber que existe esta explicación matemática he comprendido la fascinación que tienen los políticos y los descerebrados por Twitter.
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