En Harvard, la prestigiosa universidad privada de la costa este de Estados Unidos, hay un profesor, un tal Ben Sahar, que ha convertido la felicidad en una asignatura académica. La idea ha sido exitosa, pues allí o en la Conchinchina sabemos que existe una recurrente ... obsesión por saber las claves de tan ansiado tesoro. Sus clases están llenas, aunque desconozco si entre sus jóvenes alumnos hay alguien que sabe que llega un tiempo en que la felicidad consiste en que no te pase nada horrible. El profesor en cuestión dirige una plataforma 'online' (como era previsible) donde ofrece recursos para gestionar las emociones.
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Siempre hay cosas que aprender, sobre todo para quien lleva dos décadas montando pollos por cualquier tontería, pero digamos que sentí un cierto escepticismo al leer que el sabio había elaborado una guía con las claves imprescindibles para alcanzar la felicidad. La curiosidad me empujó por los 'links' con el tesón de un coleccionista, hasta que por fin di con la receta. Los ingredientes eran seis: ser optimista y aceptar la vida como viene; ser resiliente, es decir, adaptarse a las adversidades y convertirlas en una oportunidad para crecer; evitar la procrastinación, o lo que es lo mismo, no dejar para mañana lo que puedas hacer hoy; mantener una buena relación con los seres que amamos o convivimos; ser agradecidos y por último hacer ejercicio diario.
Eran buenos consejos, ni un pero a la alquimia de aquellos productos únicos que raramente somos capaces de poseer a la vez. Mentando a la madre del profesor de Harvard, me di cuenta de que había perdido un tiempo precioso, y de que el profesor de Harvard no contaba con ese ingrediente. No había hecho mención del horno en que se debía cocinar la receta, ni del tiempo que necesitábamos para que el pastel estuviera en su punto. Aunque seas optimista en la juventud, te adaptes a lo que te venga y organices tu vida madura, aún te quedará lo de mantener buenas relaciones y ser agradecido.
Tardamos mucho en entender esta vida si es que llegamos a hacerlo. A veces nos falla la cadera, estamos divorciados y nuestros hijos viven en Australia. Las jóvenes generaciones están hasta arriba de manuales virtuales, gurús, predicadores e 'influencers' que les ponen la cabeza como un tambor. Crecen en una jungla de ansiedades con el síndrome de estar en todas partes de forma tan inmediata y de creer que todo es posible. La vida ya es bastante entretenida por sí misma, lo de las recetas no sé si procede, aunque vengan de Harvard.
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