En las calas recoletas de las Baleares se encuentra, además de pequeños paraísos, a los viejos constructores del país, con sombrero de Panamá, en pelotas y con el asombro pintado en la mirada. Una fraternidad silenciosa hace que nos reconozcamos y entablemos una prudente conversación ... que después de dos baños se convierte en confesión intima. Entusiasmados por el reconocimiento, hablamos del carácter épico que de pronto ha alcanzado la política vecinal y de cómo se forman ejércitos dispuestos a respaldar a sus líderes, sin que hace unas semanas supieran sus nombres. Asentimos al ritmo de las olitas machaconas e inofensivas. Me cuentan que lo que percibimos aquí es apenas la punta del iceberg y que bajo este mar de reivindicaciones urgentes y profecías apocalípticas hay un territorio a punto de emerger.

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Mi turista accidental acaba de volver de un país sudamericano donde trabaja como profesor invitado en la Universidad. Me pone al corriente de que en Sudamérica los movimientos estudiantiles vuelven a entonar canciones a lo Víctor Jara y Mercedes Sosa. «Es un 'déjà vu' que me tiene perplejo porque en realidad todo el país está vacío de militancia ideológica». Flotando como dos tortugas hablamos de este mundo líquido que sin Instagram parece no existir del todo. Todo lo que va vuelve, le digo, y añade con una chispa de ironía: sí, a veces lo hace disfrazado. Los peces conviven con nosotros, que a estas alturas poseemos como en Grecia un oráculo de arena blanca y mar turquesa. Salimos del agua y, a punto de rompernos la crisma entre las rocas, mi compañero se detiene y me dice: el signo más positivo que puedo advertir es que Melania ya no aparece al lado de Trump. Me resulta esperanzador.

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