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En las calas recoletas de las Baleares se encuentra, además de pequeños paraísos, a los viejos constructores del país, con sombrero de Panamá, en pelotas y con el asombro pintado en la mirada. Una fraternidad silenciosa hace que nos reconozcamos y entablemos una prudente conversación ... que después de dos baños se convierte en confesión intima. Entusiasmados por el reconocimiento, hablamos del carácter épico que de pronto ha alcanzado la política vecinal y de cómo se forman ejércitos dispuestos a respaldar a sus líderes, sin que hace unas semanas supieran sus nombres. Asentimos al ritmo de las olitas machaconas e inofensivas. Me cuentan que lo que percibimos aquí es apenas la punta del iceberg y que bajo este mar de reivindicaciones urgentes y profecías apocalípticas hay un territorio a punto de emerger.

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