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Vivo sin vivir en mí desde que escuché a Trump que había cola de dignatarios deseosos de besarle el culo. Confieso que esas palabras causaron ... más efecto en mi ánimo que averiguar que alguien que tiene en su mano las expectativas de la comunidad mundial juegue al gato y el ratón con los millones de ciudadanos que habitamos el planeta. Para poder analizar a este hombre, que ha puesto patas arriba el comercio internacional en una semana, y pone en riesgo la inestable inestabilidad de este mundo, no se me ocurre nada mejor que pensar que la abundante laca que usa tenga algún potente tóxico de efectos desconocidos. El espectáculo está servido, y también la descorazonadora sensación de impunidad que rodea a un político elegido democráticamente.
Para ocupar un puesto en cualquier empresa pública o privada hace falta pasar por entrevistas, oposiciones y pruebas (salvo las amigas de Ábalos) que demuestren que estás preparado para tu trabajo. Eso sucede en todos los ámbitos salvo en el político. La historia ha demostrado que los dioses no nacen en tierra, y que la democracia, desde la vieja Grecia a nuestros días, está pelín desgastada y hay que reconstruirla. Debería existir algún tipo de escáner que detectara la avidez de poder, la ignorancia y sobre todo la crueldad, porque lo peor de un mandatario semejante, y de alguno que pervive en la memoria, no es su caricatura, sus morritos, su camarilla de elegidos o sus barbaridades. Lo peor, y ahora escribo muy en serio, es ese mensaje perverso que emite al mundo y que manifiesta que la crueldad va unida al éxito.
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