Bután es un pequeño reino en el sudeste del Himalaya escoltado por dos gigantes, China e India. Su otra denominación, 'la tierra del dragón que truena', la nombran sus 800.000 habitantes asentados en una tierra escarpada, rica y casi mágica donde los monasterios cuelgan ... de laderas imposibles a 3.000 metros de altura. Ellos eligieron restringir el turismo y desvelar sus secretos con cuentagotas y para ello la televisión no entró hasta 1999. Su rey, de cuarenta y pocos años, no desprecia los cambios, pero prefiere que estos sucedan con el ritmo con el que los enebros van echando sus bayas.

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En la reciente asamblea de la ONU, su primer ministro pregonó que su país era el más feliz del mundo, argumentando que lo importante no es el famoso Producto Interior Bruto (PIB), sino el Producto Interior de Felicidad. Al parecer, igual que Tezanos nos pregunta sobre nuestras preferencias en materia de líderes, allí les interesa saber si el uso del tiempo es adecuado, si sus ciudadanos duermen lo necesario, si no se pasan trabajando y dedican suficiente atención a su vida privada. Calculan el índice GNH (Gross National Hapiness) con nueve parámetros que se dividen en 33 indicadores, para los que se hacen 150 preguntas impares.

De sus resultados han aprendido que los habitantes del Bután rural son menos felices que los del urbano. Que las personas que tienen más formación son más felices que quienes no han estudiado y que las mujeres son menos felices que los hombres porque trabajan más. Quizás el instituto de estadística debería tomar nota del proceder de este país porque finalmente la felicidad aquí o en Bután tiene la misma textura.

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