Urgente Un incendio en un bloque de viviendas desata la alarma en Basauri

Me dicen que se ha puesto de moda regalar experiencias. Que lo de ir a patear la calle con una amiga mirando escaparates, consultando precios, y tomar un tentempié mientras se busca un regalo está llegando a su fin. La imaginación de los publicistas para ... satisfacer al ya satisfecho cliente del Primer Mundo busca productos hasta debajo de las piedras.

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Me interesé por una agencia que ofrecía un catálogo de experiencias y emociones envueltas en papel de regalo. No voy a entrar en detalles de lo que atrajo mi curiosidad, lo que sí diré es que el catálogo virtual que me enviaron no tenía desperdicio. Después de dedicarle mi atención, no tengo la menor duda de que a este paso y con estas ideas nos autoextinguiremos más pronto que tarde.

La introducción decía, entre otras cosas, que sus productos estaban especialmente diseñados para aquellos «que lo tienen todo». En el apartado de emociones había varias opciones «aseguradas», «fuertes» e «inolvidables». Con algo de desconfianza exploré las ofertas con la seguridad de que la cosa no sería para tanto. En la primera categoría se podía elegir entre volar en parapente sobre los Pirineos, practicar 'kitesurf' con mal tiempo en Tarifa, hacer escalada en Albarracín o bajar haciendo 'rafting' por no sé qué río terrible. Las emociones fuertes incluían una excursión por Nueva York armados con unas pistolas especiales para matar ratas de gran tamaño, entre otras peregrinas propuestas.

En el concepto de «inolvidable» te organizaban excursiones «pintorescas» a lugares donde uno podía hacerse un selfi único que reportaría al protagonista una lluvia de 'likes'. Para ratificarlo había imágenes de varios panolis jugándose la vida en distintos lugares del planeta. Cada trece días muere una persona joven, generalmente hombre, en algún lugar extremadamente peligroso, donde el objetivo es mostrar que ha estado allí. Vías de tren, miradores, rocas imposibles, acantilados en los que el mar muestra su fiereza o edificios por los que trepan o saltan desafiando el vacío. Me conmovió que existiera una agencia que proporcionara la ubicación y el acceso a esos lugares extremos en los que el riesgo de morir era tan elevado que no pude dejar de pensar que existiera un suicidio inconsciente en estos muchachos.

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Quizá la juventud que, en potencia, «lo tiene todo» no se ha situado ante el abismo de ser simplemente una buena persona y tratar de no tener más embestidas de realidad de las que ya te da la vida. Hay que regalar más libros y de paso enseñar a leer entre líneas.

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