![El cruce del mundo](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/2023/11/04/opi-moreno-kfF-U210616572676m9B-1200x840@El%20Correo.jpg)
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En Tokio, Japón, hay una intersección de calles considerada la más popular del mundo. De hecho, se incluye en las guías turísticas, junto a la contemplación de las cumbres nevadas del monte Fuji. Se llama el cruce de Shibuya y separa el caos absoluto de ... la perfecta sincronización. Los aeropuertos pueden parecerse a ese caos que a las cinco de la mañana o a las tres de la tarde amanece o se acuesta con el tránsito de un ejército de viajeros. Ya lo dijo el escritor José Saramago: «El caos es un orden por descifrar».
Un enjambre de ciudadanos de este planeta se traslada por una tierra de nadie donde hay tiendas, baños, oficinas, calles, ascensores, pasarelas, conexiones, centros de información, enchufes para cargar los teléfonos y una soledad de Babel que asoma entre el cansancio y la expectación. Para un escritor, que es básicamente un testigo que se alimenta de la contemplación de lo cotidiano, la convivencia de este territorio es un tesoro. Cada movimiento, imperceptible a los ojos de otros, registrará los hechos que conformarán la historia de nuestros seres de ficción. Miramos los ojos anónimos para trasplantarlos a nuestros personajes y dotarlos de una efímera y eterna vida.
En las cintas transportadoras viaja la certeza de la globalización; el sueco lleva la misma marca de botas que un ciudadano peruano, francés o japonés, y la maleta que asoma en la sala de equipajes se confunde, idéntica a otras. Nada separa a los viajeros, ni siquiera la ideología tiene importancia, porque las salas de embarque no tienen diferencias, exceptuando a los VIP, a los que no nombro porque ellos no viajan, no miran y ni tan siquiera ven.
Los que escribimos buscamos con anhelo las diferencias. Nos detenemos ante la imperfecta y exquisita belleza de una mujer madura ajena a la cirugía estética, o ante uno de los hombres más admirados de este país que se sentó a mi lado y olía como si no se hubiera lavado en un año. Por el laberinto ordenado los hombres y mujeres de este mundo se detienen ante los paneles de salidas para buscar el vuelo de regreso a su hogar, a su lugar en el mundo. No saben que el vuelo a Madrid no saldrá debido a una tormenta en destino. Cerca de Kiev ha caído una bomba: retraso. El vuelo con destino Bruselas está embarcando.
El panel no advierte de la preocupación por el retroceso democrático de casi la mitad de los países del mundo, ni tampoco que el vuelo a esa ciudad internacional llamada Barcelona saldrá en hora, justo cuando los periódicos lleven en sus cabeceras la foto del señor Puigdemont soplando su flequillo lleno de satisfacción porque sueña, como yo, volver a casa.
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