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Se me ocurrió (qué malo es el verano) ampliar mis conocimientos con un curso sobre 'La trascendencia de la ciberseguridad'. Pensé que me iba a ayudar a escribir mis artículos con más solvencia y quizás poner luz en la ensalada de metaverso que tengo en ... la cabeza. Al fin y al cabo, me dije, los malos siempre van por delante y conocer su manera de operar me da un cierto morbillo. A través de mis cascos, puesto que la conferencia era virtual, supe que la palabra ciberseguridad no existía hace veinte años. De lo que se hablaba era de seguridad informática porque la ingenuidad de los usuarios entre los que me encuentro no podía imaginar que unas elecciones, una guerra o las cartas de amor de una adolescente hija de un ministro podían poner de patitas en la calle la eficacia de cualquier gobierno. El ponente pasó primero a rizarnos el pelo hablando de lo fácil que era para los ciberdelincuentes tomar un hospital, un tren o una estación eléctrica. Se vino arriba y nos puso los pelos de punta hablando del control de las elecciones de un país o de las trincheras de la guerra en Ucrania. El peluquero habló de Rusia, de China, de centrales nucleares y de depuradoras de agua. Llegado el momento, y viendo que aquello no tenía límite, me disculpé ante el grupo argumentando una reunión y me fui a tomarme algo caliente para ver si volvía en mí.
Bajo el mundo real hay uno virtual con tentáculos inimaginables que envuelven el cielo y la tierra. Y ahora, aunque Mayo del 68 existió, en Francia, estos días, las redes sociales arden y sin ellas lo que está sucediendo no podría tener lugar; la indignación de hoy es una base de datos con previsiones calculadas.
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