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Jean-François Champollion.
Champollion

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Ahora es posible traducir lenguajes complicadísimos en unos pocos segundos

Sábado, 13 de enero 2024, 00:09

Recientemente, en fase de recuperación del tiempo perdido en Navidad, me sumergí en un reportaje sobre uno de aquellos 'marcianos' que en mil ochocientos y pico, influenciados por Napoleón y su campaña en Egipto, se fueron allí y quedaron maravillados con su civilización. Se llamaba Jean François Champollion y se le conoce por su labor en el desciframiento de jeroglíficos egipcios. Así resumido no parece nada exótico, pero el tema tiene tela. Quizás la incomunicación es y seguirá siendo uno de los mayores problemas del ser humano. Ya en la Biblia nos endiñaron aquella historia de la torre de Babel. Babel viene del hebreo y significa confundir.

Mi historiador se dedicó con tozudez y voluntad a descifrar los mensajes jeroglíficos que el tiempo había dejado en los muros de los templos y en las tumbas faraónicas, sabiendo que solo su comprensión ayudaría a entender las civilizaciones. El hombre tuvo que aprender copto, y casi entendió aquella mezcla de ideogramas y fonética que inventaron en el siglo III antes de Cristo, pero el trajín de su vida terminó cuando contaba 41 años.

Champollion estudió la piedra Rosetta, la que está en el Museo Británico y ha traído a mal traer a los lingüistas desde que el francés la encontró. Pues bien, después de tanto esfuerzo vino el algoritmo y, sin atravesar desiertos, Google nos ofreció la posibilidad de traducirnos la vida en unos segundos; mal, y a veces sin sentido, pero uniendo las puntas de la madeja lingüística. ¡Pobre Champollion! Ahora, la inteligencia artificial, con los datos que descubrió el sacrificado francés y los que vinieron detrás, es capaz de traducir en segundos lenguajes complicadísimos para los que el ser humano ha necesitado años y hasta siglos de esfuerzo.

Las noticias referentes a los avances tecnológicos serán frecuentes, pero me temo que también sus silencios. En el pecado está la penitencia. Las grandes empresas tecnológicas planean recortes de personal mientras sus beneficios alcanzan porcentajes imprevisibles y en su lecho crecen las fortunas que antaño estuvieron en manos de otros oficios. Pero sopas y sorber no puede ser, y resulta que estas empresas de almacenamiento de datos nos han estado ocultando que necesitan muchísima agua para refrigerar los procesadores, mucha más de la que tenemos o vamos a tener.

Que te pongan una central nuclear cerca hace que te tiemblen las piernas, pero una empresa de Google, por mucho que inviertan en imagen, no deja de ser una amenaza con los tiempos que corren. Sobre todo, porque desvía los impuestos, se apodera de nuestros datos y no era nada lo del ojo, pero lo llevaba en la mano.

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