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Todos sabemos que el bolso de una mujer puede albergar hasta el mobiliario imprescindible para un hogar sacudido por cualquier tipo de infortunio, pero desde ... que salió la señora europea mostrando el inocente bolso en televisión, con su kit de supervivencia, en España han subido las ventas de navajas multiusos, infiernillos y radios a pilas alrededor de un 30%. Desde entonces, pasar, lo que se dice pasar, no ha pasado nada que no sea que el mundo se ha dado la vuelta como un calcetín; las bolsas han perdido el vértigo y caen al vacío, los millonarios que apoyan al presidente pierden esas cantidades obscenas de dinero que al nombrarlas se te hace la lengua un lío, y nuestro presidente viaja a Pekín para hacerse una foto con el enemigo 'number one' de Estados Unidos. Y ahora, mientras escribo contaminada por la actualidad, la bolsa sube, los aranceles se aplazan y aquí paz y después gloria.
Ciertamente, una no tiene edad para consultar la existencia de empresas de construcción de búnkeres que mis algoritmos me han buscado ellos solitos. Pero ya que estamos, vayamos al grano. Estas empresas se morían de inanición, y por obra y gracia del vendedor de crecepelo están hasta arriba de trabajo. Además, las inmobiliarias registran el alza de la demanda de casas medio derruidas donde Cristo perdió la zapatilla. No tenemos estadísticas de lo que pasó en los meses previos a la Segunda Guerra Mundial, pero por la literatura y el cine sabemos que en épocas bélicas tener un pueblo es poseer un tesoro.
Cuando vas a Berlín y haces el interesante y descorazonador tour por la ciudad te llevan a un parking, donde dicen que estaba el búnker en el que se refugiaron Hitler y sus próximos. El ciudadano medio, lo único que tiene para refugiarse del miedo es aquello de 'pies para qué os quiero'. Por las memorias familiares pululan las historias de una tía a la que su madre mandó andando a refugiarse en Pinatar del Río (es un ejemplo) y que allí la niña sobrevivió los cuatro años de horror porque, como decía mi adorado Serrat, por no pasar, no pasó ni la guerra. El único búnker del que tenemos certeza en este país es el existente en La Moncloa, con capacidad para cien personas (no caben todos los asesores), cocinas, habitaciones de lujo, sala de juntas y un quirófano equipado con todo lo necesario para hacer frente a una cirugía mayor. Al enterarme me pregunté si lo que se almacena allí, es decir, las neveras repletas de alimentos y agua de Vichy, el plasma del quirófano o la cesta de frutas de bienvenida, se cambia cuando caduca. A mí la economía del miedo me interesa, aunque digan de ella que es el chocolate del loro, pues de momento es la única que me afecta.
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