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Enero es un mes impertinente donde los haya en materia de nutrición. Los gurús del mundo virtual, esos que nos crean toneladas de culpa indestructible ... como el turrón, suponen que hemos llegado a la mitad del mes de enero envenenados y atiborrados de tóxicos. Ellos, disciplinados y sanos, se creen en la obligación de salvarnos de la ignorancia y sobre todo de la obesidad. Quizás por eso, las revistas y los programas de radio o televisión reservan un tiempo este mes (volverán en primavera) para darnos la vara con lo que debemos comer y no comer.
El tema del azúcar empieza a tener tintes de cruzada y los niños de hoy no consumen azúcar entre otras cosas porque se tiene miedo a esos subidones que dicen que provoca y que según la ciencia no es cierto. Ni hablar de caramelos, gominolas o chupachups, el chocolate con cuentagotas y la bollería una vez al año. Los padres se emplean a fondo en vigilar la dieta y tienen más miedo que a un nublado al abuelo que lleva en los bolsillos furtivas golosinas. Sin embargo, las carrozas de los Reyes Magos, además de traumatismos craneales, han tirado toneladas de dulce venenoso capaz de crear cientos de miles de yonkis del azúcar.
Yo sé que los nutricionistas tienen razón y que con la glucosa que contienen los alimentos podemos ir tirando sin necesidad de añadir más, pero este activismo nutricional es cansino y va camino de generar talibanes alimentarios además de producir anécdotas profundamente reveladoras.
Le pregunté a un niño de cuatro años lo que le haría ilusión que le regalara y me contestó bajando la voz que quería cualquier cosa que no fuera saludable. Me arrancó una espontanea carcajada, pero el niño no entendió mi sorpresa y me explicó que estaba harto de que su mamá no le dejara comer cosas que no fueran saludables. La madre se deshizo en razonamientos mientras yo miraba al niño pensando que había nacido un revolucionario.
Yo merendaba pan con chocolate como la mayoría de los niños, pan de verdad y chocolate de verdad. Sabemos que llenar el carro de la compra de alimentos procesados, beber refrescos o comer pan envasado es comprar lotería para el sorteo de la mala salud, pero a la vida, a esta puñetera vida sin tiempo para cocinar, sin tiempo para aplacar la prisa, se le caen las malas costumbres y las adicciones a la comida basura de los bolsillos y no creo que desconocer su dañino poder te libre de caer en ellas. La política del miedo quizás baje el nivel de azúcar, pero tiene todas las papeletas de crear un poco más de ansiedad en esos niños que piden a los Reyes Magos chocolate, chuches y un móvil de última generación.
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