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Los gobiernos consiguen, con su siniestra tenacidad comunicativa, que los ciudadanos acabemos hasta el moño de los zarandeos, siembre constitucionales y legales, a los que se somete la estructura del Estado. El hartazgo, ya se sabe, invita al abandono y el cansancio se parece mucho ... a la derrota. La supuesta transparencia es lo más parecido a la falsificación de un bolso de marca y nadie puede hacer preguntas en las ruedas de prensa. Y aquí estamos a vueltas con esas verdades que andan tan embarradas que no se sabe si vienen o van.
El tema Venezuela ofende, espanta y va camino de convertirse en un metaverso en sí mismo. Resulta condenadamente difícil comprender la situación en que se halla este país nuestro que nunca ha reconocido que Venezuela sea una dictadura ni que su impresentable líder sea de todo menos democrático. Que yo sepa, los opositores en los países democráticos no huyen ni piden asilo político, no temen por su vida y la de sus familiares y pueden presentar sus programas electorales confiando en la veracidad de los resultados. Pero aquí, con hartazgo de los ciudadanos, los rumores sobre la intervención de Zapatero aquí o allá, las maletas de Delcy o los abrazos debajo de la mesa siguen salpimentando el silencio gubernamental.
Alguien quiere ponerse una medalla, solucionar lo que otros no pudieron y conquistar, aunque sea con maneras de trilero la gloria de saber que hacer con un sátrapa que nadie en Europa quiere ni ver. Ganar haciendo trampas, ocultando las maneras, callando siempre me ha parecido indecente, pero podría suceder que Maduro, habiendo causado tanto dolor, por la puerta de atrás parta hacia un paraíso con nuestras bendiciones.
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