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Tantos años atendiendo a rumores, informaciones, dimes y diretes provenientes de realezas y gobiernos y al final es el canalillo de Bárbara Rey sirviendo un arroz al mismísimo el que va a poner luz en la oscuridad. Con un 'campechanismo' al que hay que adjetivar ... con menos generosidad, el emérito, antes de serlo y cuando perdía el oremus detrás de las rubias, largaba, en cintas de casette, la verdad del relicario con una simpleza y superficialidad casi ofensivas. La rubia, acostumbrada a leones, elefantes y cristos, le hace unas entrevistas salpicadas de «cariño» y «mi vida» a las que el hombre contesta y canta la Traviata.
Al inicio, el asunto parecía una de esas vendetas familiares a las que nos tienen acostumbrados las televisiones; pero, traspasado el umbral, las confidencias sobre asuntos de Estado van a traer algunos hechos de nuestro pasado sobre los que algunos pusimos el sutil velo que necesitaba la historia. El tema no es baladí. El blindaje a la Corona que se le exigió a este país dejó sobre el camino bastantes agujeros negros que hoy claman al cielo. ¿Por qué agradece el rey que Armada permaneciera en silencio? Es una pregunta inocente que se me ocurre mientras me levanto del sofá para hacer unos estiramientos. En el pasillo me cuestiono otra cosa: ¿por qué llamándose María se puso de nombre artístico Bárbara y por qué su hija se llama Sofía? La cotilla que llevo dentro se mezcla con la periodista y estoy a punto de ponerme un gin tonic para descubrir hasta altas horas de la madrugada que la historia de España siempre ha tenido algo de vodevil.
No soy monárquica, pero tampoco idiota. La crónica de los hechos es vergonzante lo mires por donde lo mires. Ahora entiendo lo de la abdicación y me intriga saber por qué sale ahora a pasear el CNI de Mortadelo y Filemón y lo caro que nos salieron a los españoles los escarceos amorosos del patriarca. Dudo de que el emérito aborde el proyecto de sus memorias después de salir en el telediario no precisamente por su oficio. Para que el amor no se arrepienta necesita confiar, no temer y creer en lo imposible, y quizás la rubia que se apellida García y no Rey quería hablar de amor.
Mi tía, que en paz descanse, se llevaría las manos al rostro y, perpleja, diría aquello de ¿a dónde vamos a parar? Pues bien, como sabemos bien los periodistas, la verdad suele resistirse y a veces el corazón es el único que no miente. Vuelvo a reiterar mi deseo de que me pasen al otro lado de la información, al sector rosa, o rojo pasión; me parece más interesante y transparente como el encaje de la lencería que en breve veremos en televisión.
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