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Hace unos días, una noticia informaba de que en el campamento base, cercano a la cima del Everest, unos alpinistas habían sido evacuados por problemas respiratorios no atribuidos a la altitud, sino al covid. Probablemente nadie imaginó que el virus podía llegar hasta allí, ni ... que la cola para aclimatarse a la conquista de la cima en plena pandemia ocupara dos kilómetros de tiendas individuales. Hemos dado por hechas muchas cosas desde que comenzamos a escalar la cima de este mundo en el que algunos se creen con facultades para llegar a ser los amos del universo, pero esta pandemia ha reajustado la tuerca de nuestra prepotencia. De la misma manera, las elecciones ajustan las tuercas a los que se les cedió, temporalmente, la gobernabilidad. La democracia, como el Everest, no es indestructible y en su fortaleza hay una fragilidad que puede desnortarla. La izquierda, tan necesaria como la derecha, debería comprender en este 2021 que se les premia o se les castiga únicamente por los resultados de sus gestiones, y que la dialéctica de las ideologías, fascistas, libertarias o conservadoras, entra por un oído del votante y sale por el otro, en un país donde sus presupuestos no apuestan precisamente por la cultura o la educación.

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