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La vida tiene sus efectos secundarios y sus contraindicaciones. Nacemos listos para la enfermedad y destinados a la muerte. Como seres vivos, estamos condicionados por la naturaleza, pero en otro orden de cosas la disparidad de renta (no sé si esto es un tecnicismo o ... un eufemismo) condiciona la cantidad de luz solar que entra por nuestra ventana, las películas que vemos, la comida que comemos y el color del futuro.
Así llegamos a los terrenos concretos del vivir. La gente, cuando su vida es dura, corta de horizontes y esperanzas, suele tener el alma en pena y va a las fiestas a curársela, por lo menos si es joven y tiene ganas de fiesta. De madrugada, los efectos adversos florecen en la carne. Los ricos también lloran, y organizan fiestas estupendas para aliviar el aburrimiento y el vacío existencial, pero las de los pobres suelen ser más salvajes, 'raves' al aire libre que duran hasta el alba. Allí se comulga con los viejos dioses de la noche y el desmadre. Las invitaciones o las entradas, cuando las hay, deberían incluir una lista de posibles efectos adversos: resaca, adicciones, enfermedades de transmisión sexual. Alguna violación o algún asesinato podría añadirse como efecto raro. Ahora la posibilidad de contraer covid-19 se ha agregado a la lista, lo cual parece atraer a los amantes del riesgo.
Grandes bandadas de jóvenes acuden a fiestas clandestinas por toda Europa, un fenómeno sociológico (y psicológico) que da para mucho estudio. Supongo que estos fiesteros no tendrán miedo a la vacuna Vaxzevria, que es como se llama ahora la de Oxford. Según datos de la Agencia Española del Medicamento, el número de personas que han sufrido trombosis después de vacunarse con ella, en relación con el número total de vacunados, es menor que los casos registrados en la población general. Es tan ínfimo el riesgo que no podrá atraer a los amantes del riesgo. Yo no sé qué ha pasado con la noticia de los trombos investigados; casi parece un boicot, involuntario o dirigido por una larga mano negra. Y si no lo parece ha tenido el mismo efecto.
En todo caso, acabamos de descubrir un filón de noticias hasta ahora desaprovechado: el Vademécum, que se puede consultar cómodamente en Internet, y donde se recogen los efectos secundarios de toda la farmacopea que engullimos a diario sin decir esta boca es mía. Parece que el público no lee los prospectos que contienen las cajitas de píldoras, grageas y comprimidos que compra en la farmacia. Pues si lo hubieran hecho, ¿qué les importaría el posible, improbable efecto secundario de una vacuna? El Vademécum, se lo aseguro, está lleno de titulares que duermen esperando la mano de nieve que sepa animarlos, como la electricidad al monstruo del doctor Frankenstein.
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