Ya es Navidad. Publicitariamente hablando, digo: primero fue el anuncio de El Almendro el encargado de marcar el comienzo de las fiestas, después el de la Lotería y, ahora, el de Campofrío. Y sí, no me escondo: serán las fechas, las ausencias o la premenopausia, ... pero, al verlo, me he emocionado hasta el tuétano. Osobuca que es una.

Publicidad

Antes de la charcutería emocional también habíamos visto spots navideños, que el consumismo va a toda pastilla (de turrón): nos meten por los ojos bebidas espirituosas, relojes y móviles. Y mogollón de colonias, tantas que estoy de ellas hasta la pituitaria. Lo único bueno es que, gracias a eso, he aprendido a pronunciar 'Yves Saint Laurent' como si fuera de la mismísima Rive Gauche. Pero, por muchos productos que intenten colocarme, ninguno me cuadra para los míos. Así que aquí estoy, buscando un detallito con que obsequiarles en Papá Noel. Perdida y en el lodo del mundo regalero, acabo en la planta de caballeros deambulando entre pantalones y camisetas. ¿Qué le compro al heredero, si ahora se viste en Humana porque le ha dado por «rebuscar en la 'charity', que decía Josie?». Y a mi santo ¿con qué le sorprendo?

Agobiada, le pido ayuda a la dependienta. Le digo que tengo un marido monocromático, con un armario que parece la época azul de Picasso. Pero nada, ella a su bola: empieza a sacarme polos en naranja amarga y verde dentífrico. Me ha visto pinta de estar casada con un pijo canallita. Mira, se encuentra mi santo un polo de colorines bajo el árbol y tarda un nanosegundo en el metaverso en pedirme el divorcio. Total, que me voy de vacío. Y aún quedan los Reyes Magos. A esto de buscar regalos sí hay que echarle coraje y no a la colapsidumbre.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad