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Cuando Winston Churchill, tras la retirada de Dunkerque en 1940, arengó a la ciudadanía británica con su épico discurso de llamada a la resistencia de «lucharemos en las playas, lucharemos en las pistas de aterrizaje, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en ... las colinas, ¡nunca nos rendiremos!», se le olvidó añadir: «menos los jóvenes, que tienen que divertirse». Pensé esta idiotez después de escuchar parte de una conversación en un puesto de pescadería del mercado. Un cliente y la pescatera, ambos cuarentones, hablaban del consabido tema de los botellones y fiestas clandestinas de jóvenes sin tomar precauciones. El cliente dijo: «Hay que comprenderlos. Son jóvenes y tienen que divertirse». La pescatera opuso: «Lo que son es unos cabrones y unos egoístas, y deberían tener más cabeza». No sé si el golpe de efecto con que concluyó la frase fue premeditado o casualidad. Estaba limpiando una merluza para el comprensivo y, en el momento en que dijo «cabeza», la decapitó con un decidido tajo de machete.
Asociadas a esos conceptos de comprensión indulgente que exoneran de la falta y defienden la diversión juvenil fiestera como una necesidad insoslayable, se me ocurrieron las palabras «blandenguería», «equivocación» y «puerilizar». Se suele considerar que los actuales 18 años están aún en la adolescencia y son más inmaduros que los de generaciones precedentes. Con puntos de vista como el del comprensivo de la merluza, lo extraño es que fueran más maduros y responsables. Si se encajan con blandenguería esas conductas de los más jóvenes como si fueran travesuras infantiles, en vez de lo que son (es remarcar lo obvio), peligrosas irresponsabilidades detrás de las que acecha la muerte, mal asunto.
A los 18 años se puede votar para elegir el Gobierno del país y se tienen todos los derechos y deberes de la adultez. Estamos inmersos en una crisis de una enorme envergadura y todos (de nuevo lo obvio) tenemos que estar a la altura de las circunstancias con nuestra actitud. Divertirse en una fiesta no es necesario, ni siquiera importante y en absoluto un valor en juego en medio de la hecatombe; evitar el contagio y la posibilidad de muerte propia y ajena sí lo es, y exigible un comportamiento adecuado en este sentido y punible el contrario; sin paños calientes ni vistas gordas. A unos chavales de botellón sin mascarilla, cocidos y dando voces pegados unos a otros, no podemos cortarles la cabeza como a la merluza, pero sí hacer que les salga caro. Si no se puede conseguir que sean responsables, menos egoístas y que piensen en la salud del prójimo, habrá que suplirlo con rigor.
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