Mañana, los andaluces iremos a votar, o al menos los que hemos adquirido la costumbre de votar, ya que un 41,35% de nosotros se abstuvo en las últimas elecciones, lo que hace sospechar que a muchos de los censados, por las razones que sean, ... les da lo mismo quién los gobierne. Como ustedes recordarán, en las elecciones de 2018 el triunfador fue el PSOE, para finalmente convertirse en perdedor a causa del pacto de gobierno entre PP y Ciudadanos, con el apoyo eventual de Vox. Bien. ¿Qué ha ocurrido desde entonces? Fundamentalmente, ocurrió la pandemia, que de un día para otro puso patas arriba nuestra realidad, llevando a un primer plano una emergencia imprevista y alterando el sistema de prioridades de la gestión pública, lo que, entre otras cosas, ha tenido como consecuencia el que no podamos saber cómo habría sido en una situación de normalidad la gestión del Gobierno de coalición.
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Las encuestas suponen que el triunfador en las elecciones de mañana será el PP, con unos resultados cercanos a la mayoría absoluta, pero en buena medida se trataría de un triunfo envenenado. Con la previsión de que Ciudadanos padezca un descalabro que lleve al partido a un nivel de irrelevancia parlamentaria o incluso a su desaparición del Parlamento autonómico, el único socio de gobierno posible que le quedaría al PP sería Vox, lo que viene a ser lo mismo que decir que su única opción sería la de pactar con el diablo. Si se le pregunta por su disponibilidad a ese pacto, Moreno Bonilla da una respuesta tan escurridiza como absurda: «Yo quiero gobernar con los andaluces».
A pesar de esa ambigüedad, tan electoralmente estratégica como moralmente vergonzante, cuesta trabajo dudar de que, llegado el momento, el PP andaluz, como ya lo ha hecho el castellanoleonés, formaría gobierno con Vox, lo que nos depararía a los andaluces el regreso a un pasado en sepia, evitándonos así los peligros inherentes a la ilusión de un futuro, esos supuestos peligros que Vox se empeña en señalar con tono apocalíptico a través de su extrañísima candidata, que sustenta su discurso en una retórica tan grandilocuente como hueca, en un alarmismo de brocha gorda y en unos modales de heroína visionaria en una función teatral de fin de curso. Como si no les bastase consigo mismos, Vox ha traído a Andalucía, como apoyo estelar a Olona, a la vociferante neofascista italiana Meloni, esa versión 2.0 de Mussolini. Por si había dudas.
Si mañana el PP no obtiene una improbable mayoría absoluta, no va a tener tanto un problema de pactismo como un problema de moral política. Y a quienes optan por la inmoralidad ya sabemos qué sustantivo les corresponde.
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