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Nunca he sido un defensor de la monarquía. Cierto es que en su versión parlamentaria consagrada por la Constitución de 1978 ha servido para que España viva su más largo periodo de paz y de prosperidad de los dos últimos siglos, eso sólo desde la ... ceguera histórica puede negarse, como sólo desde el sectarismo cabe discutir que con ella se ha cuajado el Estado de Derecho más funcional que hemos conocido, con la garantía de libertades y derechos fundamentales que ello comporta. A pesar de todo, mantengo mis convicciones republicanas y no dejo de sentir que la provisión de la jefatura del Estado por la vía dinástica supone una quiebra del principio de igualdad ante la ley que me resulta imposible de convalidar desde un análisis racional y ético.
Incluso si lograra desprenderme de ese reparo, que lo dudo, rehusaría en este momento salir en defensa de la monarquía, por una razón que nada tiene que ver con su naturaleza, sino con esta triste coyuntura en la que nos hallamos los españoles, y en la que todo se reduce a una dialéctica amigo-enemigo. Las campañas de reivindicación del Monarca ahora en curso teme uno que estén obrando el efecto opuesto, al hacerlo aparecer como Rey de una parte de los españoles al que se esgrime como arma frente a otra. Justo lo que, con todos sus errores y aun sus atolondramientos, tuvo claro su predecesor que no podía nunca permitirse ser. Mal camino para una institución que sólo puede sobrevivir desde el servicio universal a toda la ciudadanía.
Por las mismas razones coyunturales, declino reclamar hoy la instauración del sistema político que prefiero. Mi aspiración republicana no me conduce, ni por asomo, a esa república que en este momento plantean algunos: una reforma del Estado a la medida de sus intereses e ideología para la que se pretende aprovechar la situación de postración e incertidumbre que vive la sociedad española. No es esa república excluyente, acuciada y oportunista la que quiero para mi país. Los que en España nos sentimos republicanos debemos tener bien presente el fracaso de las dos repúblicas anteriores, debido en parte al sabotaje que desde su proclamación sufrieron, pero también a su precariedad y a las torpezas que cometieron quienes decían defenderlas.
Lo que al final seamos, monarquía o república, tendremos que serlo juntos y con justicia y respeto para todos. Hasta que no encontremos una forma serena y sensata de dilucidarlo, sin ver en quien no piensa como nosotros a un enemigo, más vale que nos concentremos en resolver lo que tenemos encima.
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