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Resulta que yo pensaba que lo que decidía, lo decidía yo. Y no tanto. No siempre, al menos. Leía a un experto que ponía el ejemplo de una conocida revista que daba tres opciones de suscripción. La primera, la versión web por 100 dólares anuales. ... La segunda, solo la versión impresa, por 200 dólares. La tercera, la versión digital más la versión impresa, también por 200 dólares. ¿Qué sentido tenía ofrecer la segunda versión? Pues que un estudio demostró que introducir la segunda opción en la coctelera haría que la mayoría optara por la tercera suscripción. La más cara. Si solo se hubieran ofrecido la primera y la tercera opción, casi todos habrían elegido la primera, la más barata. Bien jugado.
A veces también se nos manipula con la 'opción difícil, opción sencilla'. El vendedor sabe que elegimos normalmente lo que menos nos complica la vida. Lo fácil. Así, ojo, con las decisiones que pensamos que hacemos. En cualquier decisión que se nos exponga, el sesgo de la alternativa nos redirige a una respuesta.
Todo eso te hace pensar si en el fondo tú eres tú mismo o quien te han hecho ser. Porque las distintas cosas que vemos como buenas o malas, o que vivimos de determinada manera, ¿son realmente por una decisión premeditada o fruto de lo que socialmente sería mejor aceptado?, ¿de lo que menos ampollas levantaría?, ¿de lo que sería más fácil para no complicarnos la vida? Merece la pena parar alguna vez al año, a solas, a meditar. A vaciar nuestra 'biblioteca mental' para ver si la rellenaríamos con los mismos libros que ahora tiene. Pararse y pensar para poder ser fieles a lo que queremos ser, y no a lo que es más fácil elegir.
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