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En el programa de televisión 'Días de cine' están dedicando varios reportajes a Luis García Berlanga por la celebración del centenario de su nacimiento. En uno de ellos se insertaba un fragmento de una entrevista con el director en el que le pedían que diera ... tres razones para querer seguir viviendo. Berlanga respondía que le bastaba con dar una: la curiosidad.
En este descenso por la escalera de caracol sin barandilla que es la revuelta del camino hacia la extraña aventura personal que es la vejez (algo así como el viaje más allá de las estrellas de '2001: una odisea del espacio', con los colorines más apagados), hay elementos significativos de la vida que disminuyen, otros que dejan de ser importantes y otros que sin más desaparecen. Por fortuna, no me sucede con la curiosidad; la curiosidad en general, pero sobre todo hacia las cosas que me interesan, entre las que considero observar las manifestaciones de la condición humana. Incluso, creo que en el presente (que al enunciarlo ya es pasado: otro peldaño) es mayor que nunca. Decía en una anterior columna que el día en que encuentre en un libro una palabra cuyo significado desconozco y no lo consulte en el diccionario será que estoy intelectualmente acabado.
Mi última (o, mejor dicho, más reciente, ¡lagarto, lagarto!) novela es ya un libro que está fuera de mis manos y no puedo hacer nada por empeorarla o mejorarla. Así que me propongo escribir otra. Antes de poder hacerlo necesito encontrar una buena historia en la que basarla. Borges decía eso: que uno no se inventa una historia, que se la encuentra.
Esta fase inicial del oficio de escribir ficción es la más incierta, pero al mismo tiempo la más estimulante para los que practicamos el placer de satisfacción de la curiosidad. Y es verdad que te encuentras la idea que te lleva al hallazgo de la historia, pero para conseguirlo tienes que estar en una búsqueda constante y atento a cualquier señal que puedas convertir en algo aprovechable. Así me sucedió, por ejemplo, con 'Alacranes en su tinta' cuando ya tenía un argumento y estaba con las tramas. Alguien habló, en una conversación sobre otro tema, de los catadores de Franco y fue ver de inmediato una nueva luz. Consulté con gran curiosidad lo poco que encontré de documentación sobre los catadores del dictador y la perspectiva de la futura novela cambió y mejoró.
Leslie Jamison escribe en 'La huella de los días' que de lo que se trata es de guiarse por el anhelo de contar una historia que trascienda la tuya y que esté dotada de edificios más altos y de cuchillos más afilados. Y ese anhelo necesita de la curiosidad.
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