Lo advierte en un texto recientemente publicado el escritor ruso Maxim Ósipov, que no ha visto otra solución que dejar su casa y su país y emprender una nueva vida fuera de Rusia: «En momentos como el actual, la gente común, sostén y fundamento de ... la civilización, se convierte en una masa de monstruos». Quien lanza una guerra, o una «operación militar especial», como prefiera denominarla, abre una espita por la que sale lo peor de la condición humana. Y la historia enseña que esta puede, vaya que sí, alcanzar los más viles extremos de lo monstruoso.

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Sobre todo, si una de las cosas que tiene de especial esa operación militar es que su masa de maniobra está compuesta por soldados brutalizados o desmoralizados, o ambas cosas a la vez, como según los testimonios fueron los que se apoderaron de Bucha. Cuentan los supervivientes que por el pueblo merodeaba un pelotón de soldados aturdidos pastoreados por un sargento casi siempre borracho. A nadie debe sorprender que alguno de ellos, en la desesperación previa a la retirada, posara sus ojos turbios por el vodka en la mujer que tenía más a mano y con la amenaza de sus armas se permitiera forzarla. «Te puedo hacer lo que quiera», dicen que dijo uno de ellos, como tantos otros en tantas otras guerras con tantas otras mujeres desvalidas. Otro testimonio, desgarrador, nos habla de una chica de 23 años a la que hirieron en las piernas y luego remataron de un tiro en la cabeza. Según los forenses, la habían violado antes y la chica trató de parar con un torniquete improvisado la hemorragia.

Es importante recoger estos testimonios, por atroces y aun insoportables que resulten. Todas y cada una de estas tropelías se deben anotar en la cuenta de sus ejecutores directos pero también en la de Vladímir Putin, el autócrata sin entrañas que desencadenó a sabiendas esta orgía de horrores, y en la chusma que lo rodea y jalea, desde sus asesores y esbirros más cercanos hasta esos vesánicos que cada noche alientan desde los medios oficiales el desprecio a la humanidad del enemigo. El que cruza esa línea se hace responsable de cuanto puedan hacer los que en la zona de operaciones empuñan las armas.

A menudo las víctimas de esos monstruos mueren. A veces sobreviven, pero como nos cuenta Cristina Cerrada en 'La maestra de Stalin', una novela visionaria y estremecedora sobre una joven arrollada por las guerras de Osetia del Norte y Abjasia de hace unas décadas, quedan rotas y marcadas para siempre. Por ellas, no se le puede permitir a Vladímir volver a pasear entre los seres humanos.

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