Ya la crisis de 2008 mandó a muchas familias de clase media a los comedores de Cáritas, familias que no cabían en sí de asombro al verse en ellos. Aquella crisis se extendió por el mundo financiero dejando al mundo temblando sobre las patas de ... una economía demasiado apoyada en la especulación y otros juegos de manos (manos invisibles que de pronto fue posible ver en acción). Muchas de esas patas se esfumaron y gran parte de la estructura se empezó a caer arrastrando a sus víctimas. Algunas cayeron de las ventanas de los pisos que no podían pagar. La crisis económica presente, la de la pandemia, ha colocado de nuevo en el territorio de la pobreza, incluso de la pobreza severa, a una multitud de personas que siempre se habían ganado el pan trabajando, y que, otra vez, no entienden cómo les ha podido pasar esto a ellos.

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Basta que tengas un trozo del caserío que tú y tus hermanos heredasteis de los padres, o un pedacito de tierra invendible en el pueblo de tus antepasados, para que no tengas derecho a la RGI, de modo que son muchos quienes llaman a la puerta de Cáritas. Las colas del hambre, que eran parte del paisaje urbano del siglo XIX, han vuelto. Entonces solían ir a parar a los conventos. Ahora terminan en las puertas de muchas asociaciones que ya no dan abasto. En cuanto a Cáritas, ha ido sustituyendo el reparto de comida por la asignación de ayudas dinerarias, y las colas callejeras por métodos discretos, para evitar «el estigma», que es esa vergüenza que acompaña al hambre, la necesidad, la penuria. El que nunca ha pedido no quiere pedir y, si tiene que hacerlo, no quiere que se sepa que pide. Ser pobre no está bien visto, pero ser pobre de pedir es la mayor de las culpas. Nacer en la pobreza, heredar la falta de oportunidades, carecer de recursos económicos y culturales es el pecado original. Quien pierde su trabajo y se ve obligado a hacer colas para conseguir ayuda se siente bajo el peso de una maldición que hay que ocultar.

Michael Sanders, profesor de Derecho en Harvard y premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, ha escrito un libro titulado 'La tiranía de la meritocracia'. Hace poco, en unas declaraciones para la BBC, distinguía entre la meritocracia como ideal y la meritocracia como realidad. «No estamos a la altura de los ideales meritocráticos», decía, «porque las oportunidades no son realmente las mismas». Proclamar que la meritocracia rige el mundo en el que vivimos es una broma cruel y un insulto para todas las personas que trabajan y se esfuerzan y de pronto lo pierden todo o, incluso, no consiguen nada porque no hay escalera para ellos. Pero es la excusa perfecta para retirar todas las escaleras. En cuanto al ascensor social, se averió hace mucho.

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