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Boris Johnson volvió hace poco con lo de la codicia como energía (in)moral que propulsa el desarrollo. Fue durante una llamada privada; pero, como ... se trataba de un mitin por Zoom, sus declaraciones se hicieron públicas y Owen Jones le dedicó una de sus columnas en 'The Guardian'. Boris Johnson dijo algo así: «Tenemos este éxito con la vacuna, amigos míos, por el capitalismo, por la codicia». Inmediatamente, cuenta Owen Jones, una voz en su cabeza o un mensaje de whatsapp de un asesor le empujó a dar un giro de 180 grados (intentó retractarse). Pues, como explicaba Jones, la vacuna de AstraZeneca fue desarrollada por la Universidad de Oxford con más de mil millones de libras de dinero público. AstraZeneca ha colaborado en las pruebas y la produce, pero no ha asumido ningún riesgo.
En EE UU, los mismos que luchan denodadamente contra una sanidad asequible (ni siquiera universal, ni siquiera pública) y que cierran el grifo a los programas de ayuda estatal que intentan compensar las atroces desigualdades económicas (y culturales), esos mismos son partidarios y beneficiarios de una estrecha relación entre el Estado y las grandes empresas que suele terminar siempre en lo mismo: inversión pública, beneficio privado. Estamos un poco hartos de ver cuánto se repite este patrón y tenemos la duda de si, a pequeña escala, en un lugar llamado Euskadi, se habrá producido una vez más con el caso Euskaltel/MásMóvil. Veremos. Lo que sí sabemos es que asumir «sin complejos», que dirían algunos, la codicia como único fin y motor del capitalismo, alfa y omega, nos ha llevado del capitalismo de los ingenieros al de las finanzas, por resumir la cosa en una frase (lo sé) excesivamente simple.
Cuando la actividad económica se centra en ganar siempre más, dejando de lado otras consideraciones, el Estado tiene que arreglar los desaguisados, compensar las carencias y salvar el sistema cuando se hunde en una de sus crisis periódicas. La ostentación de la codicia llegó primero a los países protestantes, y luego, gentes de mucha misa y valores católicos la han abrazado como si una bula papal la hubiera puesto a libre disposición de los cristianos. Pero, al fin y al cabo, las clases dominantes de Occidente han combinado lo incompatible desde que Roma hizo del cristianismo su religión oficial.
«No sólo es avaro quien roba lo que no es suyo, sino también quien guarda lo suyo con avaricia», escribió San Agustín. Pero estas cosas no hay que tomarlas de forma literal ¿no es cierto? «Siervo te hace la codicia, libre la caridad», dijo también. «Demasiado profundo» es la frase con que se rechaza cualquier obstáculo, cualquier esfuerzo en estos tiempos livianos, líquidos, insustanciales.
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