Alberto Garzón se ha puesto muy triste. Solo le falta llamar al periodista del 'Guardian', pedirle que enchufe otra vez el magnetofón y dictarle con enorme patetismo una última declaración: «¡Es una injusticia, nadie me quiere!». Ahora que Pedro Sánchez le está haciendo 'bullying', tenemos ... que levantarle un poco la moral y decirle que en lo de las macrogranjas tiene razón. Qué demonios, Alberto: también es verdad que las bebidas azucaradas engordan y que los tigretones no son saludables.

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Debemos reconocer, no obstante, que sus palabras nos producen una cierta melancolía: ¿Por qué no actúa? ¿Para qué sirve un ministro si no puede hacer nada? ¿No bastaría con editar una revistilla? ¿Debe un dirigente del Partido Comunista de España ocuparse de estas cosas? Uno no se imagina a la Pasionaria o a Marcelino Camacho enfocando la lucha obrera hacia los bollicaos y las barriguitas, pero se conoce que aquellos eran comunistas ajados y revenidos, que no sabían nada del mundo moderno y de sus sutilezas. Acuérdense de Cayo Lara o de Paco Frutos. ¡Paco Frutos, por favor! Con gente así de rural no se podía triunfar en Instagram. Además, como ya se ha acabado la lucha de clases y hemos conseguido derrotar al capital, es inevitable que nuestros próximos objetivos sean las fantas de limón y las pechugas de pollo.

No estaría mal que, para coger fuerzas, Alberto imitase a Yolanda y fuera a besarle el anillo al Papa. Convendría, eso sí, pedirle a Francisco que ese día hiciera el favor de saltarse en misa la epístola de san Pablo a los Romanos, al menos el versículo que dice: «El débil no come más que verduras» (14, 2). Se ve que el pillín de san Pablo era como Pedro Sánchez, muy de chuletones.

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