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Anoche fui a cenar a un restaurante playero y, tras descifrar la literatura conceptual de la carta, me decidí por lo que me pareció más estrambótico, que no era otra cosa que un plato denominado 'choco vietnamita con mahonesa de yuzu'. Como es natural, trasladé ... al camarero mi extrañeza por el hecho de que comprasen ellos los chocos en Vietnam teniéndolos autóctonos y vivos a pocos metros del establecimiento. El camarero me reconoció que los chocos no eran estrictamente vietnamitas, pero que estaban preparados en cocina a la manera vietnamita. Un trasvase de nacionalidad, como si dijésemos, gracias a la magia del arte culinario, capaz de transformar un choco de la bahía gaditana en un choco del sudeste asiático. Por suerte, los chocos no se caracterizan por su sentir nacionalista, de modo que un choco gaditano puede asumir sin traumas el que un cocinero imaginativo lo transmute en vietnamita, aunque estoy seguro de que el alma gaditana del choco sobrevive a cualquier metamorfosis, afirmación que hago, por supuesto, sin ninguna base científica, por ese hermetismo que rodea el mundo de los cefalópodos en general y de los chocos en particular. En cualquier caso, el choco gaditano que pedí tenía ya poco que objetar a su transmutación al reposar en una nevera en calidad de choco gaditano difunto que habría de reencarnarse en choco vietnamita al pasar a mi plato.
Nada más pedirlo, me arrepentí: ¿qué mal me han hecho a mí los simpáticos chocos de mi tierra para que me sienta con derecho a someterlos a un cambio de nacionalidad a título póstumo? Esperé con curiosidad nerviosa la llegada del plato, que imaginaba aderezado con brotes de bambú, ralladuras de lima, especias exóticas, salsa housin y ese tipo de cosas que los vietnamitas se atreven a echar en sus guisos. Por si fuera poco, percibí que, al igual que el choco que en ese instante me preparaban en la cocina, iba transformándome un poco en vietnamita, en un proceso nunca visto de empatía con el choco que minutos antes era paisano mío. Fue una experiencia emocionante, aunque rara, como lo son todas aquellas en las que se involucran las energías de condición paranormal. No puedo presumir de que fuese una experiencia espiritual plena, pero sí de que al menos la mitad de mis chacras eran asiáticos en ese instante.
El plato llegó: una ración de chocos fritos como los que se despachan en cualquier freidor tradicional y un dedalito con un poco de mayonesa de bote. Respiré aliviado y volví a mi ser: aunque me lo cobraron como si tanto el choco como yo fuésemos vietnamitas, el choco y yo seguíamos siendo cien por cien gaditanos.
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