Lo cuenta José Antonio Maravall en su libro clásico sobre las comunidades de Castilla, en concreto en un apéndice en el que se recogen algunas curiosidades sobre las ciudades que se vieron implicadas en la revuelta comunera. Su fuente es también singular: las relaciones que ... en tiempos de Felipe II se requirió que elaborasen todas las poblaciones españolas a partir de un cuestionario para recopilar informaciones muy variadas, desde los habitantes, los oficios y las fuentes de riqueza local hasta los lugares y hechos más destacados de su historia reciente.
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En casi todas las poblaciones que se inclinaron por la rebelión contra el emperador se pasaba por este hecho más o menos de puntillas, mientras que las que defendieron la causa de Carlos V hacían ostentación de su lealtad al monarca y de cómo habían aportado hombres y armas para vencer a los rebeldes. Con una llamativa excepción: la villa de Madrid, que no solo no ocultaba su pasado comunero sino que lo invocaba sin tapujos para explicar el nombre de uno de sus lugares más señeros: la Puerta del Sol.
Dice literalmente la relación citada: «Por la parte del oriente que es la Puerta del Sol, es llana. Famosa puerta de Sol, en tiempo de las Comunidades se hizo allí un castillo con un Sol encima, el cual el Emperador mandó derribar y desde entonces se llamó el castillo del Sol, y quedó después de derribado el nombre de la Puerta del Sol». Observa Maravall que «parece que los vecinos de Madrid no tenían demasiado interés en disimular su participación activa en la sublevación». Los varios cronistas de la villa que vinieron después prefirieron no hacer alusión al origen comunero, y por tanto insurreccional, del nombre de su plaza más conocida. Y sin embargo, cada vez que aludimos a ese Sol y a esa puerta estamos recordando, muchos sin saberlo, el castillo que levantaron los rebeldes y que el emperador se tomó, inútilmente, la molestia de mandar que se destruyera.
La historia dice algo del carácter de los madrileños, que se volvió a revelar durante el franquismo, cuando todos siguieron llamando Gran Vía a la avenida que el régimen consagró a la memoria de José Antonio, o Castellana a la que el dictador se atribuyó a su persona. El castillo del Sol, que sobrevive en el nombre cinco siglos después de su derribo, es una metáfora del fracaso del poder cuando se conduce sobre bases que el pueblo no asume. Casi todos los gobernantes experimentan la tentación de imponerse a la comunidad, creyéndose mejor avisados para dilucidar el bien común. El tiempo suele ponerlos en su sitio.
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