Querido Jaime. Hasta ayer no te conocía más que por un vaquero en una camiseta. Y hoy ya eres para mí una referencia. Escribo aquí lo que no pude decirte en persona porque por escrito es donde encuentro mi mejor versión. O mi versión menos ... mala. Ayer, en vivo, solo pude acercarme a ti y, sin decirte nada, darte un abrazo de diez segundos. Gracias por ese abrazo.

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Ayer decías que cada vez tienes más limitación de movimientos. Y, sin embargo, cada vez te mueves más. Cada vez mueves a más gente, cada vez mueves más ilusión. Mueves valores. Lideras hacia el Bien, como se dijo ayer en nuestro encuentro. Cada vez tienes menor movilidad y, sin embargo, muchos no nos moveremos tanto como tú ni en cien vidas. Dicen que Miguel de Unamuno dijo a los sublevados, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, que «vencer no siempre es convencer». Y me viene a la cabeza la expresión porque supongo que hay veces en las que moverse no es suficiente. El culmen lo alcanzas cuando, además de mover, puedes llegar a conmover.

Te ha tocado un baile complicado. Pero qué esperabas. Qué es un escalador sin montaña. Qué es un héroe sin conflicto. Tu sublimación como persona y tu misión en la vida han venido de la mano de vencer, ante un enemigo tan temible como la ELA. Y no solo para ti. También para los tuyos y para el movimiento de Dale CandELA, porque sin ellos no serías el Jaime que ayer conocí. Gracias por vencer. Gracias por convencernos.

Decías que irá reduciéndose tu movilidad, pero desde ya pido al Cielo que jamás pierdas la movilidad en las comisuras de tus labios. Que jamás pierdas esa sonrisa. La sonrisa que ayer me conmovió.

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