La carta que Oriol Junqueras ha dirigido al orbe ha gustado más al Gobierno central que a los correligionarios del propio Junqueras, que se han apresurado a matizar los razonamientos difusos de su mártir más emblemático. Dejando a un lado a la CUP, instalada en ... la inmovilidad del dogma, a quien menos ha gustado esa misiva, no obstante, es a la derecha ultracatalanista, asociada con ERC para definir una «nueva Generalitat republicana» a través de un Gobierno «escogido con normalidad parlamentaria», dentro de lo normal que resulta que un partido de izquierdas se alíe con uno de derechas, en una unión de conveniencia que se sustenta en una utopía.

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Casi todo en esta vida tiene sus derivas paradójicas: si bien la de Junqueras ha sido recibida como una carta de amor en el Gobierno central, ha sido abierta como un paquete bomba en la política catalana. Cataluña tiene un conflicto con España, pero tiene, sobre todo, un conflicto consigo misma a menos que se calcule que la instauración de una república concertará allí unas ideologías antagónicas, ya que el vínculo coyuntural entre ERC y JxCat no pasa de ser un acuerdo artificial establecido sobre la base de un futurible improbable, lo que no parece que sea un punto de partida especialmente prometedor.

¿Y qué dice la carta de Junqueras? En esencia, nada. O, al menos, nada novedoso. Pero lo que se lee entre líneas resulta claro: que su permanencia en la cárcel supone una pérdida de tiempo no solo para él, sino también para la consecución de una Cataluña libre. Si invadimos el territorio de la conjetura, cabe suponer que esa carta no responde tanto a una inspiración espontánea de Junqueras como a una sugerencia del Gobierno central, necesitado de gestos que fortalezcan la concesión del indulto.

Fiel a su talante eclesiástico y tendente al mesianismo, Junqueras sugiere que el indulto paliará «el dolor de la represión y el sufrimiento de la sociedad catalana». Bueno, el sufrimiento de la sociedad catalana en pleno no podemos saberlo con exactitud, pero el suyo personal desde luego que sí, lo que no es poco, sobre todo si identifica su dolor con el de todo un pueblo. Hay quien supone que la experiencia carcelaria ha hecho reflexionar a Junqueras y atemperar sus afanes, aunque resulta raro que una persona tenga que pasar por la cárcel para caer en la cuenta de que el incumplimiento de la ley puede llevarlo a la cárcel.

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Se trataría, al parecer, de desjudicializar el conflicto, a pesar de tratarse de un conflicto esencialmente judicial. Pero no olvidemos que la política tiene su magia: lo mismo desjudicializa que politiza.

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