No sé si ha sido el ministro Garzón o ha sido el coro que ha repetido lo que ha dicho y lo que no ha dicho, pero en conjunto este fenómeno mediático-publicitario con sus voces, sus ecos y su algarabía ha puesto de actualidad ... la carne. La carne de Vermeer y la de Francis Bacon, que vienen a ser la misma. La de los bodegones y la de los desnudos. La de los hospitales y la de los mataderos.

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El gran sistema de la vida es un productor de carne, pero la carne está pegada al nervio, conectada a él, y por tanto es sensible. Además, al haberse diseñado por ensayo y error en la factoría del planeta, donde luego se ha producido en serie, toda ella está emparentada. Así lo demuestra el que a un paciente norteamericano se le acabe de trasplantar el corazón de un cerdo.

La empresa israelí Future Meat Technologies abrirá en este año de 2022 la primera planta industrial de carne cultivada, que podrá suministrar 500 kilos diarios. De este modo se va definiendo el camino hacia la separación de la carne como alimento y la carne del sacrificio. La carne cultivada ni siente ni padece. «Nada nos disgusta más que el canibalismo», escribió Robert Louis Stevenson en sus memorias, «con certeza nada disuelve más una sociedad y ninguna otra cosa endurecerá y degradará de igual manera las mentes de quienes lo practican. Y, sin embargo, nosotros mismos ofrecemos una apariencia equivalente a los ojos del budista y el vegetariano. Consumimos los cadáveres de criaturas que tienen apetitos, pasiones y órganos similares a los nuestros».

Pero este es un tema y el de las macrogranjas otro, aunque muy relacionado, y sobre estas se ha pronunciado el señor Garzón, a quien, como ministro de Consumo, no le parece que puedan ofrecer productos saludables. Hay ganaderos que agradecen sus declaraciones, porque practican la ganadería extensiva, que acaso sea la única forma posible de ganadería. No ha sido el señor Garzón quien ha alertado sobre la 'ganadería industrial' en Europa, donde ya venía atrayendo la mirada pública (la de los Estados, los medios, los consumidores). El 82% de los franceses se declara contrario a esas fábricas donde, de forma poco práctica, en vez de cultivarse solo el tejido muscular se cultiva el animal con todos sus órganos, su sistema nervioso y su sufrimiento. En Alemania, los Verdes, como pueden imaginarse, no son muy partidarios, y en Italia nadie quiere una macrogranja en su pueblo, que es lo que pasa también en España si el pueblo está medianamente habitado, porque nadie quiere la contaminación. España es el primer productor de carne de cerdo de Europa.

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Stevenson cuenta que en las islas del Pacífico donde se practicaba el canibalismo cuando llegaron los europeos, la persona que iba a ser sacrificada para brindar un festín a sus congéneres era un «cerdo largo».

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