Como el ambiente político está como está, un simple mechero puede convertirse en una bomba de hidrógeno. A pesar de que la función de un ministro no consiste tanto en denunciar problemas como en intentar solucionarlos, el de Consumo hizo unas declaraciones a la prensa ... británica que han sido consideradas por muchos un ataque a la industria cárnica española. El ministro formuló algo constatable -el impacto medioambiental de la ganadería intensiva- y la industria ha replicado lo previsible. Cada cual, pues, en su sitio. Lo peor de este asunto es que ambos tienen sus razones.

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Si bien los efectos dañinos de las macrogranjas están fuera de discusión, también lo está que sin ellas el consumo de carne no resultaría asequible para una familia por cuyas puertas solo entrase un salario mínimo interprofesional, pongamos por caso. Y vamos así a la paradoja: la sostenibilidad puede acabar siendo insostenible. Si queremos comprar un kilo de filetes a 14 euros, a alguien que no sea el comprador tiene que salirle caro, y ese alguien no es otro, en última instancia, que el planeta. No cabe duda de que un chuletón de Ávila o un solomillo de Kobe tienen mejor calidad que el paquete de carne picada que compramos en el súper, pero el problema no acaba siendo la calidad sino el acceso a su consumo.

¿Que sería conveniente reducir nuestro consumo de carne? Parece ser que sí, pero tanto como que no nos picasen los mosquitos o que existieran los unicornios. Porque la realidad no está hecha con nuestras ilusiones, sino más bien con nuestras contradicciones, y el triunfo como civilización no consiste tanto en neutralizarlas como en conciliarlas con la sensatez, al menos dentro de lo posible, ya que no parecemos demasiado dispuestos a renunciar a los beneficios que nos brinda el progreso: queremos un planeta limpio a la vez que queremos estar en Madrid y a las siete horas estar en Nueva York, queremos frutas y verduras ecológicas al mismo precio que los alimentos transgénicos y tratados con pesticidas, etcétera.

La vida por la que hemos optado en el llamado primer mundo tiene su lado salvaje, su germen despreocupadamente destructivo, y nos sugestionamos de que estamos salvando el planeta cuando llevamos nuestros residuos a los contenedores de papel y de plástico.

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A lo largo de la historia, el género humano ha demostrado una habilidad prodigiosa para darse la absolución, a menudo con indolencia. Y en eso estamos. Entre el chuletón y la ecología. Entre la insostenibilidad de lo sostenible y la sostenibilidad peligrosa de lo insostenible. Feliz año.

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