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Esta noche celebro con mis compañeros algo que es más nuestro que mío. Y he pensado dedicarles unas letras: a ellos, ahora, y a los que otrora compartieron este trabajo conmigo. No quiero que esto sea una oda a un trabajo, una visión corporativista que ... se confunda con el síndrome de Estocolmo. No. Hablo de que, a veces, el sentido de un trabajo lo encuentras en tus compañeros.
Todos saben que trabajo en Deloitte, no es ningún secreto. Y que ahí se trabaja mucho. Nos inculcan en mil charlas que los valores, y en concreto la generosidad, son la clave para avanzar. No quiero entrar en lisonjas corporativas, como decía, pero sí tengo clara una cosa: que, en muchas ocasiones, el sacrificio que supone un vencerte, un levantarte, un aguantar… no hay trabajo que lo merezca, pero sí personas que lo merecen.
No vamos a ser ingenuos. Seguramente, los mismos compañeros con los que hoy reiré, en otro momento de tensión laboral, me matarían un poco. Y más a estas alturas del año, que estamos todos con la piel muy sensible con las manías de cada uno. Y cada uno, con las nuestras. Pero una vez leí que la clave de la amistad o del cariño no es una heroica entrega o un enamoramiento incondicional. Es, sencillamente, pasar por alto los roces. Ser comprensivo. Me pareció muy prosaico. Pero qué es nuestra vida sino hacer de la prosa diaria un poema que merezca la pena al final de nuestra existencia…
Dicen que la Justicia ha de ser ciega. Pero el cariño ha de serlo con más razón. Para hacer la vista gorda con las personas que queremos. Como habrán hecho muchas veces conmigo mis compañeros. Y de ahí estas líneas. Y de ahí este agradecimiento.
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